sábado, 13 de septiembre de 2014

BAJO SU PIEL 4

Cápitulo 4: El mensaje que se retrasó un siglo.

 

Si intentara describir cómo se cuela el perfume de la muerte entre los poros al entrar a esa casa, no sería posible que lo entendieran. No es que sea tétrica, ni me refiero al olor a humedad y bosque tan penetrante, sino a lo contrario, a la ausencia de algo descriptible o tangible. Sencillamente allí ya no queda nada, pero el vacío no se puede poner en palabras. Tampoco quedaba nada en cuanto a bienes materiales, seguramente la saquearon a lo largo de tantos años. La presencia de vándalos también se delata en los graffitis obcenos, y, sin embargo, la elegancia delicada del edificio aún se percibe. 

Cuando Erminia vio aquellas pintas, le vino el recuerdo de  la primera vez que descendió al túnel, particularmente del letrero que decía "La señorita Blancarte está detrás del ar..." y, al que le había tomado una fotografía con su teléfono. Parecía escrito con sangre, pero no nos quisimos poner dramáticos o demasiado morbosos. Ahora estábamos en la casa que era de ella. La sensación que nos daba era de haber encontrado las piezas de un rompecabezas, claramente relacionadas entre sí, pero que no lográbamos unir. Las luces rojiazules de una patrulla iluminaron el techo. 

Y bueno, pues ya llegados a este punto, confieso que nunca llamamos a las autoridades, sino que ellos nos descubrieron porque la pareja de la papelería dio aviso cuando mi padre y su esposa surgieron de un agujero en el suelo, pero eso no significa que no hayamos pretendido hacerlo. La policía vigiló a mi padre y a los Ayala todo el día, y luego los siguieron en su auto cuando se reunieron con nosotros en la casa en ruinas.Cuando llegamos a nuestro hogar, ya tenían acordonada la zona, así como las otras tres bocas del subterráneo, había prensa, y las personas del Instituto de Antropología estaban trabajando, Dios sabe desde hacía cuantas horas. Por poco nos arrestan, pero les explicamos que no habíamos hecho nada malo, y les contamos esta misma historia. La nota en los periódicos nacionales e internacionales salió al día siguiente, y fue así como apareció en el pueblo una señora que tiene más o menos la misma edad que mi padre, y dice recordarlo, aunque él a ella no, una tal Carlota Enríquez.

Después de leer una reseña sobre el descubrimiento, ella recordó que su abuelo, oriundo de estas tierras, que había sido un doctor reconocido en su época, pero que terminó con demencia senil y falleció cuando ella aún era niña, les había contado que la señorita Azucena Blancarte era realmente bella, pero, sobre todo, gentil y divertida, y que él en sus años mozos la pretendió. Sin embargo, la mente fragmentada de este hombre hacía que la historia consiguiente sonara ridícula e inverosímil, o, por lo menos, demasiado enredada, y la constante insistencia en que había puesto "la llave en la entrepierna de Azucena", lo cual parecía algo sexual, hacía que la madre de la señora Carlota lo hiciera callar y llevara a los niños a otra habitación. Sin embargo, aquella histora absurda ahora tenía cierto sentido para Carlota. El gran salón bajo la tierra, el almacén secreto de pianos, y muchas otras cosas que parecían los delirios de un loco, ahora se presentaban ante sus ojos como datos reales en todos los periódicos. Pensaba que lo de la llave no era un eufemismo, sino algo más literal, en especial porque una vez, mientras la madre la llevaba escandalizada hacia otra parte, el abuelo gritó "¡No lo entiendes! ¡La llave está bajo su piel! ¡Tienen que buscarla bajo su piel!". Con esta anécdota fue que todo se empezó a aclarar. 

Image courtesy of zole4 at FreeDigitalPhotos.net
CONTINUARÁ...

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