miércoles, 19 de diciembre de 2012

TRES ESPOSAS, parte 4.


Emma.


Ariel no lo podía evitar: Emma le infundía demasiado respeto. No se atrevía a tocarla o reclamar nada, tal vez reconociendo en ella a un ser superior a su entendimiento, aunque no lo aceptaría jamás, ni siquiera ante sí mismo. Haciendo honor a la verdad, Emma no se parecía a Sonia en nada, y, por otro lado, en contraste con su actitud intransigente hacia Carmen y Julieta, Ariel le permitía gozar de una gran libertad de acción, sin que le importara que ella no representase su papel, cosa que ocurría a diario, al principio por momentos, pero después con frecuencia creciente, hasta que no tuvo ya ni siquiera la obligación de ponerse los vestuarios “estilo Sonia” que se le habían proporcionado. El motivo de fondo era que Emma le recordaba a Sonia en un nivel subjetivo, y no necesitaba formas externas para hacerle sentir su presencia. Fuera de eso, Emma seguía sintiéndose prisionera, y, si no fuera porque su hermana todavía necesitaba una prótesis costosa y rehabilitación, se habría largado sin avisar al tercer mes, no tanto por Ariel, sino por Carmen y Julieta, que al notar sus privilegios decidieron dedicarse a hostigarla hasta llegar a los golpes.

Emma, para colmo, aunque era la única que no sostenía una relación con él, fue la elegida para aparecer como pareja oficial de Ariel. Por eso lo acompañaba a todas partes, como a aquel festejo de las cien representaciones de una puesta teatral.

Después de felicitar a todos los actores, tratando de poner la mejor cara para que no se notara que no les gustó nada el espectáculo, Ariel le invitó una copa a Emma en un bar cercano. Tal vez porque llevaba muchas copas de vino de la develación de placa y dos destornilladores, o porque Emma le inspiró confianza, pero Ariel terminó contándole su vida, sin omitir las partes que estando sobrio habría mantenido ocultas a toda costa. Emma descubrió de repente a un bebé solitario y asustado, que nada tenía que ver con el cotidiano monstruo ególatra, que no soltaba su careta de autosuficiencia ni un instante. 

Una de esas cosas que Ariel no le contaría a nadie en otro momento apenas un poco menos vulnerable, era el motivo del distanciamiento con su hijo: a Moisés le gustaba vestirse de mujer desde la infancia, lo cual le valió el inmediato desprecio de su padre. La ruptura definitiva sobrevino cuando creció y consiguió trabajo en un bar imitando a Thalía, y se fue de casa de su madre para vivir con un hombre. Desde entonces Ariel lo consideraba muerto y no había hecho un solo esfuerzo por volverlo a ver. Emma trató de convencerlo de llamar a Moisés, pero desde luego que no tenía su número telefónico. Estaba el de Sonia, pero era inútil llamarla porque no contestaría. Regresaron a casa, donde Ariel fue directo a vomitar, momento que Emma aprovechó para revisar sus contactos del celular. Había decidido buscar a Sonia y entrevistarse con ella. 

CONTINUARÁ...

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

TRES ESPOSAS, parte 3.


Julieta.


Hay cosas tan grandes o tan minúsculas que sólo pueden pertenecer a una sola persona, y terminan formando parte de ella como en una aleación química indivisible. Julieta descubrió, cuando era tarde, que Ariel le pedía descomponerse en mil pedazos y desaparecer en un vacío de artificios.

En un principio, había asumido una postura de condescendencia hacia él. Estaba dispuesta a complacer al loco, mientras éste siguiera cumpliendo con su parte. Sin embargo, le costó dejarse a sí misma de lado y comportarse día y noche como Darina. Eso no se lo esperaba, porque cuando Ariel le explicó cómo era aquélla, se le figuró tan parecida a sí misma, que supuso que no tendría que hacer mucho esfuerzo para imitarla.

Uno de los problemas principales fue, precisamente, que de un lado estaba la Darina que Ariel se imaginaba, y del otro la que Julieta había entendido. Una vez se vio obligada a entrar cuarenta veces en el comedor, hasta que logró hacerlo tal cual como Ariel tenía en mente, y así en otros episodios, hasta que el asunto terminó volviéndose una verdadera monserga.

Desde luego, Julieta no comprendió bien en ese entonces en lo que se había metido, pero se le manifestó una honda incomodidad, a pesar de que al exterior demostraba que no tenía absolutamente ningún otro interés que pasársela bien. Esto, cabe mencionar, era cierto. Ya estando allí, tenía que aprovechar para darse la gran vida. Acompañó a Ariel a todas las fiestas, se metió todas las sustancias que pudo, se involucró con hombres que jamás habría conocido ni en sus más excéntricos sueños y sobregiró las tarjetas de crédito. Las otras dos fulanas, Carmen y Emma, se le hacían unas apretadas, por lo que le encantaba escandalizarlas sentándose en las piernas de Ariel de la forma más vulgar posible, por ejemplo, en especial frente a Carmen, que se ponía celosa con mucho menos que eso. Con todo y tanta diversión garantizada, dentro de ella continuaba esa zozobra inefable.

Pero esa situación, que era más o menos llevadera, cambió cuando Ariel dejó de preocuparse por la forma y se enfocó en manipular los detalles, a veces íntimos y profundos, muchos de los cuales tal vez se había inventado, o creía recordar de un pasado nebuloso y distorsionado. Lo que era un juego, se tornó en esclavitud. El día en que Julieta intentó rebelarse, no pudo soportar la miseria y el síndrome de abstinencia cuando Ariel la dejó en la calle, y regresó con él. 

Llegó a un punto en que a veces ya no sabía quién era ella, y en las noches dudaba entre pesadillas si alguna vez había sido Julieta Gómez. Tenía miedo de perderse en el torbellino de su desconcierto, y supo que tendría que cambiar su perspectiva o morir… 

CONTINUARÁ...

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

TRES ESPOSAS, parte 2

Construcción de personajes.



Carmen estaba indignada, no sólo porque era un vil chantaje, sino porque no tenía escapatoria: era dar un salto cuántico en su carrera a cambio de eso, o continuar con su vida espinosa, alternando la lucha por no ahogarse en un mar de traiciones o sucumbir en un desierto de soledad. Por otro lado, se estaba enamorando profundamente, y la sola idea de compartir a Ariel con otras dos farsantes le reventaba las entrañas. Sabía que iba a aceptar desde el preciso momento en que Ariel le planteó su lunático proyecto, pero necesitaba tiempo para asimilarlo y rescatar aunque fuera una pieza de dignidad. Una noche, entre la humareda de su cigarrillo, asintió con voz entrecortada en el teléfono.

El día pactado, llegó tarde a propósito. En el comedor de la enorme y opaca mansión de Ariel, esperaban ellas. Las tres permanecieron sentadas en puntos distantes, ignorándose del todo. Ariel hizo su entrada triunfal después de quince minutos, que se dilataron hasta parecer siglos, y les extendió sus “guiones” a Emma y Julieta, que de ahora en adelante se llamarían Sonia y Darina.

Emma era una joven castaña de grandes ojos que estudiaba comunicación y formaba parte de una pequeña compañía teatral. La casa de interés social de sus padres, que ella había abandonado hacía unos días para hacinarse en un feo departamento con sus compañeros de clase, se vino abajo, lo que causó la muerte de todos sus familiares. Su hermana menor sobrevivió, pero quedó malherida. Al no tener seguro, la atención médica que estaba recibiendo era insuficiente, y Ariel se aprovechó de eso para ingresar a la chica en un buen hospital a cambio de que Emma representara el papel de su exesposa Sonia. A Emma le costó tragarse todo su orgullo, pero tuvo que aceptar porque la única persona que le quedaba en el mundo estaba al borde de la muerte. Por lo menos, consiguió que Ariel aceptara su condición de descartar las relaciones sexuales, pero aun así sentía como si se hubiera vendido a sí misma como esclava.

Por su parte, a diferencia de Carmen y Emma, que parecían condenadas a morir en la horca, a Julieta no le costó trabajo consentir transformarse en Darina. A decir verdad, entre las intensas y sonoras mascadas que le daba a su chicle se podía entrever una sonrisa entre cínica, curiosa y, desde luego, satisfecha por tener aseguradas sus provisiones de crack durante un tiempo indefinido y haberse mudado de su casa de lámina en Neza a esa casota tan padriuris.   

Una vez entregadas y expuestas las indicaciones exactas de cómo debían vestir, comportarse y hablar de ahora en adelante, así como las fotografías de Sonia y Darina, la orden de Ariel fue que Emma y Julieta se encerraran en sus habitaciones, decoradas al gusto de las respectivas exesposas, y no podrían salir hasta que concluyeran la metamorfosis. En cuanto a Carmen, ella ya tenía casi listo el papel que representaría en la ficción y en la realidad. Ariel le pidió a ésta última que se quedara con él, pero ella se levantó en silencio y se encerró en el estudio que era de Altea, y que permanecía intacto desde su muerte. 

CONTINUARÁ...

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miércoles, 21 de noviembre de 2012

TRES ESPOSAS, parte 1.


El Incidente Incitador.

Ariel Méndez se sentó en cualquier silla del comedor y de un soplo cayó en la cuenta de que estaba extremadamente aburrido. Su trayectoria como guionista y compositor había sido exitosa, con altas y bajas, pero La Irremediable Sentencia bastaba para darle regalías suficientes para vivir como sibarita el resto de sus días sin volver a escribir nada, y eso sin contar la cuantiosa herencia de su difunta tercera esposa. Irreflexivamente, se había hundido en su mullida situación hasta llegar a ser víctima de una falta de significado sistémica. Repasó sus últimas vomitivas tardes con bouquet a piña revenida, y extrañó como nunca a su preciosa Altea, musa de sus mejores creaciones, y la única mujer que amó  y admiró de verdad, después de su madre. Dibujó entre sus dedos su rostro afilado, pero ya no encontraba nada de ella en el aire, antes impregnado de su cuerpo, su aroma y su fuerte personalidad. Solo flotaba el polvo: ceniza de otros tiempos y de su propia existencia. 

Altea había fallecido prematuramente en un accidente de tránsito. No tenía mucho de haber protagonizado La irremediable sentencia, pero su carrera se estancaba poco a poco, y eso era insoportable para ella porque nunca amó a nadie ni a nada como a su profesión. Una ironía para Ariel, pues el amor de su vida lo trató igual que él había tratado a sus otras dos esposas, a su hijo y a todos los demás: con una altiva displicencia condescendiente. Altea murió tan aparatosamente como vivió, casi como si lo hubiera planeado… Súbitamente, una idea recorrió todo el cuerpo de Ariel, como si fuera un viejo electrodoméstico empolvado que se encendió después de años en desuso. ¡Tenía que filmar la vida de Altea! Comenzó en ese instante a escribir todo lo que recordaba de ella. Empezó por su infancia en Toluca con unos padres conservadores que reprimían su vocación… pero se quedó estancado en la tercera página. Daba igual, podía recurrir al biógrafo. Lo realmente importante y complicado era encontrar a una actriz que la interpretara.

Durante meses, Ariel revisó todas las películas y series de televisión de moda, e investigó a quienes fueran semejantes en físico y talento. No obstante, ninguna ERA Altea. Se obsesionó con encontrar a alguien capaz de convertirse en ella, más allá de la caracterización. Eligió a las que se parecían más y tenían un historial similar, pero a todas las desechó tras la audición. A esas alturas, ya estaba listo el guion de lo que sería un biopic musical de épicas proporciones, y la casa productora que financiaría el proyecto se estaba poniendo impaciente. Entonces, la encontró. Fue en un supermercado, mientras se surtía de jícamas, que Ariel vio por vez primera a Carmen en una pantalla. Su personaje era el de una secretaria sin trascendencia en un insulso programa, pero su estela refulgente atravesaba sin piedad a la actriz protagónica hasta hacerla pedazos. Después de varias entrevistas, la visitó. Esa diosa que fumaba en el balcón de un cuartucho de azotea, sabiéndose menospreciada, era la mismísima Altea en sus días de universidad, cuando sufría su anonimato con el gesto doloroso y enigmático de una madre trágica de García Lorca o una mujer incomprendida de Ibsen. Casi tuvo el impulso de llamarla Altea en un par de ocasiones. Durante la preproducción no dejaba de pensar en Carmen, ¿se estaría enamorando, o era sólo la falsa ilusión de tener a Altea de vuelta? Precisamente ese último pensamiento fue el génesis de su retorcido plan de auto-resurrección.

Aunque sus otras dos ex-esposas no habían sido tan fundamentales en su vida como Altea, reconoció muy para sus adentros que nunca se había sentido despierto e inspirado más que cuando alguna de ellas estuvo con él, y de repente las erigió como una especie de Santísima Trinidad del universo a escala de sus sueños.

Sonia, su primera mujer, era una comunicadora seria, tranquila y con una inteligencia privilegiada, que provenía de una familia tan culta, como pobre y siniestra. Ariel odiaba sentirse inferior a ella y por eso luchó con uñas y dientes por sobajarla. Lo consiguió, hasta que ella dejó de amarlo y se marchó para siempre, junto con el hijo de ambos, Moisés, a quien Ariel prefería considerar muerto. Su segundo matrimonio fue con Darina, una chica mucho más joven que él, a la que conoció en una fiesta, y con quien le fue infiel a Sonia. Provenía de un barrio bajo y era drogadicta. Supuestamente soñaba con ser modelo, pero no tenía ninguna disciplina. Ella pensaba que quería usar a Ariel para escalar en el mundillo de la moda, pero en realidad él sólo era su medio para surtirse de cocaína. Sin embargo, era una rubia despampanante que le practicaba unos excelentes felatios, por lo que Ariel le cumplió todos sus deseos huecos. Su divorcio ocurrió porque ambos eran infieles, y por simple desgaste. 

Y tal vez por demasiado alcohol, demasiada imaginación, o por el desbordamiento de su excentricidad y egolatría, Ariel eclipsó su cordura en la espiral de sus elucubraciones, y se le ocurrió que la fuente de su genio y juventud eternos sería traer de vuelta al mismo tiempo a esas tres esposas. No iba a llamar a las auténticas Sonia y Darina, que estaban viejas y colgadas, sin mencionar que lo odiaban y lo mandarían al diablo, sino que, al igual que buscó a Altea incansablemente en otra persona, buscaría a aquellas Sonia y Darina que lo hicieron feliz, y entonces realizaría su más grande montaje, el de su propio paraíso. Puso manos a la obra inmediatamente… 

CONTINUARÁ...

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miércoles, 14 de noviembre de 2012

ERES, SOLAMENTE.


No eres en mi mundo, pero estás implícito en él como el alma de un cuerpo.

No me dices quién eres, pero tu boca habla incesantemente del contenido de mi vida.

No me miras, pero en tus ojos, pozos frescos con fondo de obsidiana, veo más allá de lo obvio.

No escuchas mi voz, pero me sientes, y me intuyes de tal forma, que tu imagen nace sola de la niebla que mana de la distancia y de las horas.

No respiras el viento de mi boca, y aún así, en mi nariz hay un aroma constante que es el tuyo.

Y lo sé porque eres en mí, aunque la demente que se hace llamar vida haya creado un océano de circunstancias que te hacen parecer ajeno.

Me das algo tan sublime, que me libra incluso del perro rabioso que acecha al abrirle las puertas a la idea de ti.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

LA COLEFICCIÓN, TEATRO: YERMA



Análisis de "Yerma", de Federico García Lorca


Son extrañas las formas en que obra el universo, ya que me encuentro con que el día en que decido publicar con nostalgia mi primer análisis para la inolvidable clase del profesor Fernando Martínez Monroy, resulta ser su 25 aniversario como Maestro. Que sirva como una especie de felicitación. 

Creo que fui un poco dura con la pobre Yerma, y hay cosas que sobran o que faltan, pero no quise cambiar ni corregir nada:

            La manera en que Lorca llama a su personaje principal, “Yerma“,  traduce mucho más de ella que el simple hecho de su incapacidad para tener hijos: una esterilidad absoluta del alma -por decirlo de alguna manera- que no le permite disfrutar su propia vida. Por esto, busca crear una nueva persona que supla esta pérdida de sentido de su existencia.    
           
            Su afán de tener ese hijo responde a un par de objetivos: el primero tiene que ver con su propia madre, la cual “no sintió haber dejado” cuando se casó con Juan, al cual, por cierto, no ama. De esta contundente sutileza, se infiere que prefería estar con el tipo X que le escogió su padre a continuar al lado de su madre, por la razón que fuere. Esto le ha generado la arraigada idea de ser la madre sacrificada y perfecta, quizá por el temor de repetir un esquema que le pareció inadecuado. Por otro lado, posee una delirante e imperiosa necesidad de sufrir, porque sólo algo tan fuerte como el dolor le hace sentir elevada en medio de su frustrante cotidianeidad.
           
            Juan goza enormemente de vivir el día a día y de ser la víctima de su mujer. Sin embargo, se sabe tan terriblemente débil e inseguro ante ella, que incluso manda por refuerzos, sus dos hermanas, quienes se comportan como Juan quisiera que fuera Yerma, lo cual significa que él tampoco la ama. Ellas permanecen mudas en su presencia, mientras que Yerma habla incluso mucho más que él. Las cuñadas fungen también como una especie de centinelas que cuidan “la honra“ de un matrimonio ajeno, quizá porque con sus vidas no tienen gran cosa que hacer. Juan está obsesionado con esa honra, pero no es capaz de salvaguardarla él mismo porque sabe que contra Yerma no puede.
           
            Dentro de Yerma hay una progresión de la simple decepción al desquiciamiento, que anecdóticamente comienza con su insatisfactoria vida sexual con el marido, y que culmina con el asesinato de éste. En la primera escena es evidente su actitud maternal hacia Juan, especialmente por el detalle del chantaje, pero también se hace manifiesto el hecho de que no es conciente de ello. A continuación, se enfrenta a múltiples estímulos externos: su amiga María descubre que está embarazada y va a presumírselo. Desde aquí, Yerma anuncia con bombo y platillo que terminará volviéndose lo que ella considera “mala”, lo cual es un deseo en el fondo de su corazón que aquí brota empujado por la envidia. Aún así, conserva algo de esperanza todavía. 
           
            La Vieja 1 trata de hacerle ver la verdad: la búsqueda del placer como medio para la vida plena, que conoce por su experiencia, pero Yerma escucha sólo lo que se amolda a su concepción, y, por el contrario, su odio crece y la envidia se fortalece, lo cual se pone a la vista cuando le advierte a la Muchacha 1a sobre los cerdos antropófagos y el peligro de dejar a su hijo pequeño a merced de ellos, con el claro deseo de que, en efecto, una muerte horrible le ocurra a aquel bebé. Y esto es porque su amargo rencor ha tomado -metafóricamente- la forma de esos cerdos antropófagos, devorándola por dentro, y ella tiene la extraña idea de verse a sí misma como hija suya. Así que si su hijo está muerto sin haber sido concebido, ¿Por qué tendría que estar a salvo el de la otra?
           
            Luego está la presión social, ya que se considera que una mujer que no tiene hijos no sirve para nada, y sus ganas locas de encajar le hacen creer aquello. Sin embargo, hay quien opina que no tener hijos es mejor, empezando por su esposo, pero ella hace caso omiso a estos comentarios, porque solo escucha lo que satisface su obsesión de penar y de basar su vida en lo que no tiene.
           
            A pesar de que siente atracción por Víctor, lo rechaza, porque sigue negándose al placer, (lo cual es una constante) hasta que él se va, y con él lo poco de alegría o esperanza que quedaba en Yerma.
           
            Cuando recurre al rito pagano de fertilidad con tintes obviamente manipuladores, ya no cree que ni eso la convierta en madre, y luego tiene un arranque instintivo de cariño hacia Juan, pero él la rechaza. Estos dos factores desatan el odio y la ira que tenía guardadas. Ataca a Juan, (a quien sentía culpable de su incapacidad para embarazarse) y sólo hasta que él esta muerto y es demasiado tarde, llega su anagnórisis: Juan era la persona en la que volcaba su maternidad frustrada. Ha matado al único hijo que había logrado tener en la vida. Por otro lado, Juan ha cumplido su propósito: ser el esposo mártir.
           
            Al deducir el estilo impreso por Federico García Lorca, hay pistas que desde una perspectiva superficial indican cierta supeditación al sino y a la suerte por parte de los personajes, como la creencia de que quien no ha de ser madre, no lo será porque una fuerza superior así lo dispuso, y se acabó. Esto implica que si Yerma se resiste a ello, será castigada, como, en efecto -aparentemente- sucede. Sin embargo, la línea de acción va en la dirección contraria, porque los sucesos son evidente responsabilidad de los personajes, y su línea de pensamiento tiene objetivos que se manifiestan de manera muy precisa. De hecho, tanto Yerma como Juan consiguen lo que inconcientemente deseaban, lo cual los exenta, en términos subjetivos, de ser víctimas del cosmos. Por ello se infiere que es un tratamiento realista que no permite sensación de dulzura, ni de lástima. 

miércoles, 31 de octubre de 2012

EL VIANDANTE DE LA METEMPSICOSIS

Era una idea primitiva la del señor Pichardo, que provenía de su crianza en un pueblo tradicional, que eso de creer en otras religiones que no fuera la católica no era cosa buena. Tras intentar convencer a su hijo menor de no seguir con la locura del hinduismo, lo asaltaron evocaciones de su madre tras la vidriera de la Iglesia gótica, orgullo de su pueblo, rezando con fervor durante horas. Ese recuerdo le desencadenaba otros, y casi podía escucharla silbar frente al comal mientras echaba tortilla. Ah, qué buenas eran las tortillas a mano de su mamacita… Para cuando recuperaba el hilo de la conversación, a su hijo ya se le había ocurrido un pretexto para zafarse. Cómo iba a pensar en aquel entonces el señor Pichardo la ironía de la tarea cósmica que le tocaría efectuar. Fue después de que su diabetes le cobró la factura final, y falleció rodeado de sus hijos y nietos, en que, mientras avanzaba a través del caleidoscopio blanco de los tiempos y el espacio, una voz sin palabras le indicó que su tarea era la de “viandante de la metempsicosis”. Nadie le explicó, pero de pronto el señor Pichardo, que ya no era el señor Pichardo, lo entendió todo: tanto religiosos como ateos tenían la razón y cualquier cosa imaginable e inconcebible existía y no existía a la vez. Eso cavilaba cuando fue conducido a la primera prueba, la del pez. Se topó con un color rojo crepuscular que asomaba cálido a través de las aguas y sintió una enorme satisfacción recorrer sus escamas. El plancton estaba delicioso y le encantaba nadar rápidamente. Si le ocurría alguna cosa desagradable, la olvidaba en poco tiempo. Fue comido por un tiburón, y no se puede negar que fue una muerte dolorosa, pero tampoco había sido lo máximo morir con ambas piernas amputadas y rodeado de aparatos en un hospital, así que le dio a su primera experiencia de reencarnación el nivel uno, que significaba que era una vida lo suficientemente placentera para que un alma libre de karma transmigrara en ella. Su siguiente prueba fue un perro maltés del siglo XIX. Su dueña era una señora ricachona que lo trataba como bebé. Esto no le gustaba, porque él lo que quería era correr y retozar en piso, pero la señora tomaba muchísimas siestas, y en ese tiempo se podía retorcer en la alfombra y quitarse todas esas porquerías duras tan incómodas que ella llamaba diamantes. Qué enorme gozo el de esas horas, casi tanto como el de comer. La señora fue a una convención en esos días, y a una de ellas vino un hombre desconocido que cargaba una enorme caja rarísima, a la que él se refirió como kinetoscopio. Explicó que adentro corría un bucle continuo de imágenes, que podía verse a través de un cristal magnificador y bla bla bla. Su ama permitió al perro maltés asomarse a través del visor, y sobre sus ojos desorbitados corrió una secuencia de imágenes que no pudo creer. Estuvo pensando mientras roía todos los cojines y butacas del salón que había sido muy afortunado en conocer ese invento mágico. Murió de viejo, en medio de una absoluta ceguera, que en su mente compensaba volviendo a ver aquel caballo efectuando un salto a través de los fotogramas. Le otorgó sin dudar un nivel uno a su experiencia. Estuvo a punto de darles calificaciones menos halagüeñas a una bruja condenada por la Santa Inquisición, al anquilosado maestro de Universidad que hacía sufrir a sus alumnos, o al burro de carga al que se le rompió la cadera y lo siguieron forzando a andar, pero se dio cuenta de que las desgracias y el vacío eran una ínfima parte, porque la sabiduría y los placeres mundanos que disfrutó la supuesta bruja durante los cuarenta años que vivió antes de su pesadilla, lo inocente y divertido que fue en la adolescencia el profesor, y el campo en el que nació el burro se merecían el nivel uno con mucho. Incluso en su estadio como cucaracha se la pasó muy bien en su cloaca, aunque recordaba con desagrado el chasquido que alcanzó a escuchar en su momento final, cuando una señora lo aplastó con una chancleta. Estaba listo para tornarse en lo que fuera necesario para la siguiente prueba, pero entonces supo que ya había logrado pasar al siguiente plano, gracias a que entendió que la vida siempre es deleite y aprendizaje, y que de ninguna manera la aventura de existir es un castigo. Desde entonces, lo único que le corresponde hacer es gravitar en la inexistencia, que también es deliciosa, por algo le llaman Paraíso. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 5: EL PINTOR/DIRECTOR


Foto de TanteTati en Pixabay

Tocando violines con tijeras.

Como pintor y cineasta surrealista, para Cecilio las imágenes tienen una importancia cardinal: son su material de trabajo e influjo de vida. Cuando la llave de imágenes en su cerebro se cierra, se siente físicamente enfermo y más vale alejarse de él, porque se pone tan nervioso e irritable como un chihuahueño en un jardín de niños, un poco por la frustración y otro tanto por el exceso de café y tabaco. Después de su exitosa película “Besando tijeras”, prepara su nueva exposición pictórica, una especie de continuación o engendro (según se vea) de su filme, que se titulará “Tocando violines con tijeras”. Cuando anunció este título, la crítica no fue nada buena onda. Esto, haciendo honor a la verdad, se podía traducir en que escribían las mismas cosas obvias de siempre, como: “…es un nombre demasiado largo…”, “…¿qué clase de obsesión fetiche tiene Cecilio con las tijeras?...”, “…trata de revivir glorias pasadas…”, “..muero por ver con qué mafufadas nos va a salir esta vez...” y el ya clásico: “…como que suena a albur…”, pero a Cecilio esto le causaba una indignación que le corroía las entrañas y lo inducía a lanzar estentóreas imprecaciones desde el excusado mientras golpeaba  con todo su desprecio alguna revista con la punta de los dedos “¡No entienden nada! ¡Nada de nada! ¡Ya los viera preparando un trabajo artístico a estas sabandijas!”. Su hija, entretanto, lo consolaba desde la sala gritando algún mecánico “No les hagas caso, papá” o “Tú la traes, jefe”.

Pero el momento de enfocarse en el trabajo había llegado. Su número cabalístico era el trece, así que siempre hacía trece cuadros para cada colección. Se colocó en flor de loto sobre su cojín relleno de cáscara de espelta ecológica, encendió un incienso de mirra, y se dispuso a efectuar la meditación védica maharishi que tan buenos resultados le daba para crear. Cerró los ojos e inhaló y exhaló como un búfalo durante unos minutos apretando sus labios arrugados, hasta que logró aquietar su mente y llegar a un estado de alerta que le permitiera recibir las señales de sus tan preciados retablos abstrusos. Por un momento todo se arruinó porque se le entumieron los empeines y tuvo que deshacer la flor de loto. Pero regresó pronto, y se le vino a la mente un camino intergaláctico con trece estaciones. A continuación, pudo pintar ininterrumpidamente en el curso de los ocho meses que le quedaban de plazo los siguientes cuadros, que luego se colocaron en la sala simulando aquel camino de su viaje astral:

  1. Primero me encontré con un torrente que fluía en diagonal hacia arriba, y lo escalé para toparme con
  2.   la segunda estación, una asociación de libros lovecraftianos, que me patearon adentro de la estación tres:
  3.   una nave meta-estelar, donde un gnomo de extrema derecha convencía a sus pasajeros de que transitábamos en el paraíso, mientras que afuera llovían fogatas.
  4.  Decidí saltar y me encontré haciendo esquí acuático sobre vasijas, que resultaron ser los ojos de plato de los aeronautas desaparecidos, rompiéndose a mis pies.
  5.  Cuando alcancé la orilla, encontré el punto exacto en que el sol se pone un cinturón de seguridad para evitar el gancho con que Cronos juega a pescar astros.
  6.  Molesto por la interrupción, me lanzó por la orilla de regreso a la tierra, pero por suerte en esta estación del aire recordé que el peine que llevaba en el bolsillo tenía un interruptor para activar un paracaídas de quimeras,
  7. y mejor suerte tuve cuando al descender me recibieron, preciosas, las espectadoras del rayo, y me regalaron la capa de la luna
  8.   pero inmediatamente me vi inmerso en un vulgar estanque donde un abogado y un peluquero discutían comiendo ostras podridas sobre el destino del fertilizante del mundo, que ahora nos llegaba hasta la cintura
  9.   …puntos suspensivos…
  10. Desesperado, tomé el teléfono para llamar al autobús, pero una flecha artera surgió del auricular y me atravesó las entelequias dolorosamente,
  11.  pero repté hasta la camioneta del estilista que trabaja en la ferretería
  12. donde el Santo me prestó su teleférico Guadalupano
  13.  y al fin eché una moneda en el servicio del atardecer, que me escupió una lata de esperanza.
La mayoría había ido por la promesa de canapés y vino blanco gratis que una inauguración significa, pero la gente asintió con la cabeza y se frotó la barbilla lo suficiente para que Cecilio se sintiera satisfecho. No vendió ninguno de aquellos cuadros, pero el artículo en la leída revista Medidor de Arte lo colocó casi en el Olimpo, llamándolo "maestro" y "poeta visual". Su hija, con auténtico orgullo, lo arrancó y lo mandó enmarcar, “¿Ya ves, papi?”.

Todo había valido la pena. Le fascinaban su vida y su persona. Solo sintió pena por sus cuatro esposas, que no habían sabido apreciarlo, mientras su hija parloteaba algo sobre su próxima recepción doctoral.

miércoles, 17 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 3.2: LA ESCRITORA

Nora contra el estado narcoléptico, parte 2.


Antes de comenzar, reacomodó todo su escritorio, que estaba plagado de alteros de páginas sueltas, libros, notas y artículos de oficina diversos, apelotonados en un absoluto caos. Una vez que quedó tan impecable como la buhardilla de madera de la terrible Rebeca Millán, se sentó frente a la computadora y comenzó a teclear con la soltura de un niño que escribe sinsentidos jugando al oficinista. Logró hacer dos libretos y medio y la sinopsis de lo que sería su primera novela: “Constantino el coleccionista”. El título era una porquería, pero era tentativo. Ya se lo cambiaría más adelante.
Eso se decía cuando, de pronto, le asaltó un ataque de sueño que casi le hace estrellarse la frente contra el borde de la laptop. Apenas eran las nueve de la noche, lo cual le pareció extraño, pero pensó que sería producto de tanta excitación y se fue a la cama, obedeciendo a su cuerpo. Sin embargo, durante las siguientes semanas sufrió la peor crisis creativa de su vida, en la que ya no sabía si lo que estaba escribiendo valía la pena o no. Lo peor era la lucha para mantenerse despierta, por lo que comenzó a abusar de las bebidas de taurina y el café cargado. Le faltaban ocho libretos, que veía como una carretera kilométrica en el sol ardiente que debía recorrer con el 2% de su energía, con la fecha de entrega acercándose como bólido.
Siguió adelante, hasta que comenzó a cabecear y tomar demasiadas siestas a lo largo del día, por lo que pensó que tal vez sufría de algún problema de narcolepsia. Decidió que iría al médico. Se levantó del escritorio, tomó su bolso y salió a la calle. Una vez allí, se encontró en mitad de la urbanización de la familia Millán, donde el hermano de Rebeca se ligaba a alguna pandillera en una fiesta de barriada poco acorde con su verdadero nivel económico. En ese momento, se dio cuenta de que estaba soñando, y volvió a despertarse y repetir las mismas acciones, para encontrarse ahora con un mar repleto de cáscaras de naranja flotando por todas partes. Se despertó de nuevo, y le llegó un mail en el que la corrían del trabajo. Esta vez se alegró de que fuera un sueño, mientras entraba al baño de su casa y ahogaba al gato de su tía en el excusado, el cual le enterraba las garras con desesperación. Luego, experimentó aquello que su prima Lore llamaba “que se te suba el muerto”, al tener los ojos abiertos sin que su cuerpo reaccionara, mientras que lo que parecía un cuerpo pesado la empujaba con fuerza, como si quisiera tirarla de la cama. Cuando logró despertar de verdad, la diferencia fue notable. No entendía como no se dio cuenta de que lo anterior era irreal, y simplemente guardó la calma hasta que se pasaran las angustiosas escenas y sensaciones.
Cuando al fin llegó con el doctor, le explicó la sucesión circular de pesadillas, y éste simplemente la escuchó con aburrimiento, apretando los labios en una línea exacta. 
—Lo que te pasó al final se llama parálisis del sueño, y no tiene nada que ver con espíritus. Significa que tu cerebro se despertó antes que tu cuerpo, el cual sigue inmovilizado, lo cual es natural, y se pueden producir algunas alucinaciones. Es porque estás durmiendo de más. No me parece que tengas narcolepsia, suena más como una  depresión común.
Después de algunos estudios y una breve terapia, corroboró el diagnóstico. Esto sólo indicaba que, más que tomarse los muchos antidepresivos que le fueron recetados, Nora debía aprender a aceptar y amar a su única compañera. Para poder dejar esos horribles medicamentos, y curarse la gastritis y colitis, desde su corazón se reconcilió para siempre con ella, la eterna madre, amiga, maestra, diosa y amante de cualquier escritor: LA SOLEDAD. 

miércoles, 10 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 3.1: LA ESCRITORA

Foto: Alejandro Escamilla

 Nora contra el estado narcoléptico, parte 1.

“TAM CONTRA EL ESTADO DE ALTIGIA”, CAPÍTULO 57.

FADE IN:

INT. ESTUDIO DE REBECA. -TARDE

Tamara y Celia lograron escalar por la fachada del edificio, y se encuentran en el estudio de Rebeca Millán, acondicionado en la buhardilla en una de las muchas construcciones de la urbanización de sus padres. Se sorprenden al encontrar un lugar impecable, decorado con buen gusto y repleto de indicios de un alto nivel cultural. Hay un violonchelo apoyado en una esquina, y en el centro, una mesa larga puesta para varios comensales.

TAMARA
            Después de revisar la finísima colección 
            de discos de reggaetón y hip-hop de su 
            hermano, y de conocer los modales del 
            resto de la familia Millán, no me esperaba 
            algo así.

CELIA
            Independientemente de su parentela, una no 
            pensaría jamás que la mujer que vive aquí
            es Rebeca Millán.   

Ambas revisan las pertenencias de Rebeca. Celia descubre en un cajón del buró una fotografía en la que Alonso Expósito aparece feliz con el grupo de amigos de Rebeca y su hermano.

CELIA
            ¡Tam!

TAMARA
            ¿Encontraste algo?

CELIA
            Mira esto, integraron a Alonso como uno 
            de sus amigos.

TAMARA
            Y trataron de hacernos creer que…

Tamara levanta la mirada y descubre el rostro blanco de Rebeca, que lleva suelto su largo cabello castaño, observándolas tranquilamente desde el balcón. Se acerca a confrontarla. Celia la sigue.

REBECA
            ¿Están disfrutando irrumpir en mi casa?

CELIA
            ¿Por qué asesinaste a Alonso?

REBECA
            No entiendo por qué dos mujeres como ustedes
            se dedican a esta labor inútil. Desde luego 
            que lo maté porque me dieron ganas, y punto.

TAMARA
            Tiene que haber una razón de fondo.

REBECA
            Era un huérfano solitario. Si a nadie le 
            importa, no hay ningún mal en matar a 
            alguien. ¿No lo habían pensado? (las mira 
            con una sonrisa sarcástica) Desde luego que 
            no…

CELIA
            A nosotras sí nos importa.

TAMARA
            Hemos notado que no encajas muy bien con tu 
            familia. Al ver la obsesión con la violencia 
            que tiene tu hermano, puesto que también 
            acabamos de “disfrutar” irrumpir en su habitación, 
            no me asombra que haya golpeado de esa forma 
            a Alonso antes de su muerte, pero tú…

REBECA
            ¿Cómo saben tanto al respecto?

TAMARA
            No sabemos tanto, lo sabemos todo. Te diré 
            de dónde sacamos la información, si tú me 
            expones tus motivos.

REBECA
            De acuerdo. (Tras una larga pausa:) Amo 
            el sonido de las venas al romperse al encajar 
            el cuchillo en un cuello, y no hay nada más 
            hermoso que el rostro de un hombre cuando 
            agoniza. 

CELIA
            Lo cual significa que no es el primer 
            cuello que atraviesas…

REBECA
            No dije eso.

TAMARA
            Alonso se parecía mucho a tu hermano, en lo 
            físico y en el carácter. ¿No será que 
            inconscientemente quieres eliminarlo a él?

REBECA
            ¡Cállate o te dejaré irreconocible!

Rebeca se lanza contra Tamara, pero ésta la inmoviliza con facilidad.

TAMARA
            ¿Lo grabaron todo, muchachos?

La mano con el pulgar levantado de Ernesto surge a través de una ventana.

CELIA
            Por suerte, cada vez es más la gente que 
            apoya nuestro movimiento. En este instante, 
            la enorme pantalla del centro de la ciudad 
            ya transmite lo que acaba de suceder aquí.
   
El equipo se dispone a marcharse.

REBECA
            ¡Espera! Me prometiste que me dirías la 
            forma en que se enteraron de todo.

TAMARA
            Ah, sí… Jamás he sido una mujer de palabra, 
            lo siento.

CORTE A:
INT. LA OFICINA DE TAMARA Y CELIA.-NOCHE

CELIA
            Le hicimos creer a Rebeca que ya sabíamos 
            que ella perpetró el ataque final contra 
            Alonso. ¿Nos quieres decir por qué no 
            filmaste ese momento, ni la delataste?

CARLOS
            Porque no lo sabía y…

TAMARA
            Oh, quita ya la cara de idiota, Carlitos.
            El mismo motivo por el que tú apagaste 
            tu cámara, es por el que nosotras la 
            descubrimos. Te empeñaste tanto en 
            protegerla, que hiciste evidentes un par 
            de hechos: que ella había sido la 
            cuchillera, y que estás enamorado.

Carlos se siente descubierto y agacha la mirada. De repente, toma una decisión.

CARLOS
            No apagué la cámara, tengo el video en 
            el que Rebeca asesina a Alonso… ojalá me 
            hubiera asesinado a mí, porque cuando mata 
            a un hombre, significa que lo ama.

Nora bajó la tapa de su computadora, harta de Tam y su tribu, con sus aventuras justicieras de poca monta. 

Todo comenzó cuando un productor de televisión lanzó una convocatoria para encontrar nuevas ideas para una serie. Ella envió la sinopsis que se le había ocurrido en la sala de espera del dentista:

“Altigia es una ciudad de ficción donde, después de una cruda revolución, se proclama la anarquía absoluta como política oficial. Entonces, un grupo de amigos se une para parar la degradación de su sociedad, o al menos ponerla en evidencia. Viven al margen de esta comunidad, como si ellos fueran los criminales, porque la defensa del orden y la moral no son aceptadas, o por lo menos populares. Sin embargo, impelidos por un sentido de ética natural, gran parte del pueblo colabora con ellos clandestinamente”.

No sólo le compraron la idea, sino que la contrataron para realizar el libreto del programa piloto… con ciertas condiciones, que implicaban abaratar un tanto el concepto original, y convertir a Tamara Girón, la protagonista, en un personaje sarcástico y plagado de clichés, que usaba hot-pants cotidianamente y terminaba en la cama con gran parte del elenco masculino. Sin embargo, el productor tuvo toda la razón al suponer que sabía lo que le gustaba al gran público, porque la serie gozó de un enorme éxito, aunque la crítica no siempre era muy benévola, al tacharla de ser una calca de las series policíacas de Estados Unidos y de Sherlock Holmes. La villana favorita de la audiencia (y de los licenciosos ciudadanos de Altigia) era Rebeca Millán, una bella, carismática y delicada joven que aprovechaba su inofensivo aspecto para cometer toda clase de retorcidas felonías. El productor y los ejecutivos habían ordenado en la última junta que se convirtiera en el personaje antagónico fijo. Eso no le había gustado a Nora, porque Rebeca sólo debía aparecer en un par de capítulos, y aquello terminaba de dar al traste con todo el argumento que tenía preparado. Sin embargo, esta vez no se quejó de los lugares comunes, ni de la manera en que sus queridos personajes femeninos solían terminar convertidos en una caricatura hipersexualizada, porque, al igual que a los fans, le encantaba el personaje de Rebeca, pero, principalmente, porque no tener que poner tanta dedicación en la serie le dejaría algo de tiempo para escribir lo que realmente deseaba: cuentos y novelas en tono naturalista. No le generaría tantos dividendos como “Tam contra el estado de Altigia”, pero haría aquello por lo que inicialmente se convirtió en escritora.

Aunque se hastiaba a veces de inventarse tantos casos criminales, que a la larga es inevitable que se vuelvan repetitivos y poco originales, encontró nuevos bríos a partir de su nuevo proyecto para terminar también todos los libretos de la temporada, sin saber, en medio de su alegre inspiración, que el ataque del efecto caracol de sus pesadillas acechaba a la vuelta de la esquina...












miércoles, 3 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 2: EL ACTOR

Un ciclo infinito.

Foto: Amelie Bazin

Se había acostumbrado a ver a sus amigos de la infancia y adolescencia casarse, tener hijos, hacer carreras ininterrumpidas, y había acompañado a alguno a recoger su coche nuevo a la agencia, cuando él a veces tenía que reptar por todo el piso de su departamento para ver si encontraba un boleto de metro porque no tenía dinero más que para el pasaje de ida. Antes vivía con sus padres, y todo era más fácil, pero sus amigos se burlaban de él. Entonces se mudó a esa covacha, donde al principio, y aún entonces, sus padres  pagaban gran parte de su manutención. Pero ante el mundo, parecía independiente. Estaba seguro de que si de mantener un nutrido grupo de amigos y ser tomado en serio se trata, eso es lo que cuenta: parecer.

A veces, cuando iba observando en el metro los rostros que trataban a toda costa de eclipsarse en un remolino de seriedad, indiferencia y miradas perdidas, pensaba en ciertas cosas, hasta componer toda una disertación mental. Por ejemplo, le asaltaba la idea de que la gente común tiene muchos prejuicios sobre los profesionales de la escena. Creen que son drogadictos y promiscuos por antonomasia, que su inestabilidad tiene que ver con su personalidad, y que no importa cuánto éxito tengan, siempre serán infelices. Él no era un buen ejemplo para desmentir la primera teoría, pero definitivamente le gustaba la estabilidad, no se sentía desgraciado, y no había duda de que un poco de éxito no le vendría mal. Después recordaba que nunca había conocido gente tan pacheca y alcoholizada como sus amigos de la preparatoria, los cuales eran gerentes, contadores y todas esas cosas de escritorio y corbata, y que jamás vio a alguien que levantara más muchachonas en los bares que su primo Pato, un abogado al que lo espera en casa una linda esposa… a la que le es infiel cada vez que puede. En cambio, la verdad era que en su compañía teatral la mayoría tenía una pareja desde hacía muchos años, y poco sacaban las narices de sus libretos. Desde luego, no todos eran un dechado de virtudes, ni la sangre de algunos de ellos estaba libre de sustancias, pero el caso es que no eran ni mejores ni peores que el resto de sus conocidos. Creía que la sociedad ha elegido a los actores y cantantes como chivos expiatorios morales: el material que ha de ser expuesto, para que sus detractores se den un festín y luego sigan con sus golpes de pecho a gusto. Por otra parte, los propios actores no ayudan a su reputación con esa especie de descaro o sinceridad no solicitada, exhibiéndose a veces con el mismo ahínco con el que otras personas se ocultan en lo más recóndito del sótano…. y así seguía su kilométrica cinta de verborrea interior, la cual dejaba extendida desde la estación Nativitas, hasta la entrada del teatro, donde se tenía que concentrar en el ensayo. 

Estaban montando “Así que pasen cinco años” de García Lorca, y habían conseguido ese foro yéndose a ganancias de taquilla una vez más. Les tocaría un porcentaje bastante bueno, pero la realidad es que ese texto no iba a resultar un éxito comercial ni con un milagro. Todos hacían como que no les importaba, porque sólo los frívolos sueñan con eso, pero, de vuelta en el planeta tierra, Lucy no iba poder renovar su pasaporte una vez más, a Frankie le hacían falta calzones, y Renata necesitaba una visita al gastroenterólogo con urgencia creciente. 

Menos mal que a él no le faltaba nada, gracias al patrocinio de sus padres. Ese era el tema que desglosaría de regreso a  casa: la buena suerte que tenía, después de todo. Por ejemplo -se decía- no era mujer. No tendría que lidiar con que alguno le exigiera convertirse en un trapo listo para usarse en cualquier fantasía misógina y calenturienta, ni arriba ni abajo del escenario, y aun así seguiría consiguiendo el respeto de todos como el gran actor que sin lugar a dudas era. 

Efectivamente, la obra de teatro no se mantuvo más que seis semanas, con muy poco público, a pesar del enorme esfuerzo y amor que pusieron en cada detalle de los personajes, la escenografía que pintaron a mano, el vestuario, la utilería y la música. No se sintieron mal, porque las personas que los favorecieron con su presencia terminaban complacidas, y la sencilla satisfacción de lograr el montaje era suficiente por el momento. 

Además, él ya había conseguido un papel en una telenovela disfrazada de serie, sus apuros económicos se vieron menguados por un tiempo, y pudo abrir una cuenta de ahorros para empezar a convertirse en un hombre realmente autónomo, como soñaba. Las señoras le chuleaban las nalgas y le pedían autógrafos por la calle, y consiguió un premio de “actor revelación”. Ese título era un tanto inexacto, porque llevaba seis años trabajando en teatro, con papeles secundarios en cine y televisión, y haciendo incontables audiciones, pero lo recibió con la misma encantadora sonrisa que le aseguró el papel… esto, que le acababa de pasar hacía tres meses, lo recordó con gusto mientras le sacudía las pelusas al boleto de metro que encontró debajo del sofá, antes de ir al ensayo de “La cantante calva” con Lucy, Renata y Frankie, para presentarse luego en su quinta audición de la semana. Le esperaba un cansado, pero hermoso día.     

miércoles, 26 de septiembre de 2012

VIDA DE ARTISTA: LA BAILARINA


Lo sublime es efímero.

Las llagas y ampollas escocían sus pies. Le causaban casi el mismo dolor que una tortura medieval, y, sin embargo, estaba obligada a sonreír. Lo bueno es que era el último ensayo. Al día siguiente, después de los nervios precedentes a que subiera el telón, no podía esperar para salir a escena después de ver los primeros números mientras calentaba entre piernas. Terminó su variación, cayendo sobre la rodilla izquierda con la ingravidez de una pluma. El aplauso, el primero que recibía como solista, fue maravilloso, pero quizá no tanto como la sensación de flotar que da el danzar sobre las puntas. 

Después, en la escuela, quiso compartir con sus compañeros un poco de lo que sintió esos tres minutos del fin de semana, después de meses de tan arduo entrenamiento. Por respuesta -como siempre- unos cuatro chimpancés levantaron los brazos en forma de espárragos cocidos sobre sus cabezas, mientras subían los talones para emprender los movimientos de un ornitorrinco espasmódico. Intentó explicarles una vez más que los hombres no usan tutú, pero tuvo que reprenderse mentalmente por haber recaído en el error de pretender que respetaran la disciplina por la que ella entregaba la vida, y de la cual desconocían tanto. 
Una vez graduada de la secundaria, inició el proceso de selección en la escuela de ballet de tiempo completo, que incluía los estudios de preparatoria. El proceso duró tres semanas y fue brutal. Nunca había tenido que demostrar tanto, pero al final logró un lugar en la escuela, lo cual representó, aún más que antes, renunciar a cualquier tipo de vida familiar y social, y la prohibición tácita de enfermarse o lesionarse. Durante tres años sufrió los reclamos de sus padres, puesto que a veces ya ni siquiera podía contestar el teléfono, y le fue imposible tener un solo novio, porque la mayoría de sus compañeros eran homosexuales, o no la tomaban en serio. 
Después de salir de la escuela, el reto era encontrar un lugar para seguir entrenando. En su casa no había espacio, ni el piso era adecuado, y ni sus padres ni ella tenían dinero para meterla a clases. Investigó una clase barata en una casa de cultura, y se inscribió, aunque el nivel no era el mismo que en sus escuelas anteriores. Luego, comenzó a ir a todos las audiciones que podía, pero durante un par de años no se quedó en nada, lo cual le hizo sentir que su sueño se había hecho pedazos contra el suelo.
Cuando no veía la salida, y su familia se iba a pique, logró una plaza en una compañía de Nueva York que buscaba nuevos talentos. Al poco tiempo, su madre consiguió un nuevo empleo, y para festejar le compraron un auto, por lo que pudo partir  conduciendo a Estados Unidos. Después de un par de meses en el cuerpo de baile de Giselle, un conductor ebrio la embistió cuando se dirigía a comprar comida en Delancey Street. Mientras perdía el último soplo de energía vital entre la apretada espiral de hierro, se sumergió en una deliciosa elevación sobrenatural. Su último pensamiento fue que la intensa aleación de dolor y  éxtasis de la danza se parecían a los de la muerte.