miércoles, 1 de agosto de 2012

Ensayo para el curso "Listening to World Music", de Coursera, clase 1.




Islas Salomón

Parte I: La modernidad de Appadurai y Rorogwela Lullaby.

• Lo que conocemos como modernidad ha seguido un largo camino desde la Ilustración Francesa y la Revolución Industrial. El mundo llegó, incluyendo las civilizaciones orientales, a priorizar la ciencia, la tecnología y la vanguardia como los signos del más alto nivel de modernidad, y el valor de cualquier creación. Eso no podía dejar a la música atrás, y la historia de Rorogwela Lullaby es un ejemplo de cómo una versión ecualizada, optimizada y re-mezclada (Sweet Lullaby de Deep Forest) se convierte en un gran éxito, mientras que es inimaginable que la simple grabación a capella de la señora Afunakwa, con todas las fallas de audio y el estilo peculiar de su voz, sin disfraces técnicos y de género, fuera un éxito de radio. Eso pone en duda el discurso del "valor", porque nadie puede negar el mérito artístico y antropológico de Rorogwela en su versión original, sobre todo lo que nos dice acerca de la tradición de las Islas Salomón, y el carácter y pensamientos de este pueblo, que tiende a una cosmogonía melancólica y mágica. Ciertamente, como dice Appadurai, hoy en día parecemos totalmente globalizados. Existe una sensación nueva, que no estaba allí sólo unos pocos años antes, de una Comunidad Mundial. Pero, a pesar de la sensación, ¿somos realmente una comunidad? Creo que todavía hay demasiadas barreras políticas y económicas entre los países para considerarnos como tal. Podría ser que estamos en el camino, pero definitivamente no llegamos a ese punto todavía. Yo vengo de lo que se califica como un país de Tercer Mundo, y lo que observo es sólo una diferencia fundamental: la economía. De hecho, no es que no tengamos una noción o un montón de experiencias de modernidad, sino que muchas veces no podemos acceder a ella. He conocido a Ingenieros en Sistemas desempleados que no pueden comprar una computadora nueva. Irónicamente, la razón, al menos aquí en México, fue el llamado neoliberalismo, que apareció a principios de los años 90's con la constante promesa de traernos la dichosa modernidad. Se aplicó un ajuste estructural que derivó en una cantada macro-economía saludable, a expensas de la  desgracia de las clases media y baja. No estoy diciendo que la modernidad no tiene un lado bueno, pero simplemente es menos idílica que la de Appadurai. Además, el acceso que tenemos hoy al resto del mundo a través de los medios de comunicación nos ha dado la impresión de estar más cerca de otros pueblos y culturas, pero es difícil establecer una medida objetiva de hasta qué punto estamos aproximándonos. A veces parece que la interacción es muy abstracta y superficial. Un ejemplo podría ser el activismo de Facebook. Publicar un millón de veces la terrible imagen de unos niños famélicos, no los alimentará. Por supuesto, del otro lado de la moneda, podemos organizar una fiesta de cumpleaños o una revolución global en los mismos sencillos pasos...






Parte II: Sensaciones musicales al viajar a otro Continente.

Yo en Madrid
• Mi familia y yo (que en realidad somos mi madre y yo) nos mudamos hace años de México a Madrid, España, donde estudié teatro durante varios meses. Allí, en mi escuela La Barraca, Teatro Popular, la música definitivamente jugó un papel muy importante, ya que trabajó como un factor de unión entre toda la gente que estaba involucrada con el proyecto en aquel entonces. Voy a escribir lo más conciso posible sobre el Taller Internacional que tuvimos en enero de 2006. Nuestro profesor invitado principal fue el actor cubano Carlos Pérez Peña, y uno de sus ejercicios consistía en hacer una canción colectiva. Cada uno de nosotros tenía que cantar la primera frase de una canción que se le viniera a la cabeza, y resultó muy interesante, porque éramos de diferentes países (España, Argentina, Francia, Venezuela y México), con diversos antecedentes personales, por lo que el resultado fue una mezcla rara, y extremadamente ecléctica, en varios idiomas. Cuando llegó mi turno, me quedé en blanco. La única canción que se me ocurrió contenía la siguiente letra: << Los hombres barbados llegaron en barco / Y todos dijeron: "Mi Dios ha llegado" >>, haciendo, obviamente, una referencia sarcástica a la colonización de México, y era, por decirlo de alguna manera, gracioso escuchar a los españoles cantar eso. Yo soy fan de Lila Downs, a cuyo álbum La Línea  pertenece esta pista, y ese fue el momento máximo de mi admiración, por lo que no podía dejar de tocar sus discos. Sin embargo, a pesar de que la habíamos oído como mil veces, el significado de la canción típica oaxaqueña, La Llorona, había cambiado para mi madre y para mí. Era como un recuerdo sombrío de lo lejos que estábamos de casa, y también se sentía ajena a veces, como si de repente observáramos nuestra vida pasada a través de una ventana. Les mostré ésta y otras canciones mexicanas a mis amigos, y manifestaron que tenían una nueva perspectiva de la cultura mexicana, y está claro que no fue mi mérito, sino de la música. Lo que mi madre recordaba más sobre esto, fue el CD de Andrea Bocelli que solía poner, porque la primera pista, Concierto de Aranjuez , que no era más que una bonita pieza antes, se convirtió en algo muy apegado a su corazón, porque ahora vivíamos en Aranjuez, y llegamos a querer esa pequeña ciudad como propia. Muchos otros de mis mejores recuerdos de esta experiencia tuvieron un acompañamiento musical: la composición de mi querido profesor Jaime Losada para una escena de Yerma de García Lorca, en la voz temblorosa de Verónica, mi mejor amiga, los tambores africanos en el estéreo del coche de Irene cuando íbamos a Sonseca para ver el espectáculo de Carlos Pérez Peña, que incluía sorprendentes interpretaciones en vivo de algunas de las más conmovedoras canciones de América Latina, y la voz de Mick Jagger brotando de los auriculares de otro amigo querido, mientras que él mismo lo emulaba con su flaca humanidad y movimientos epilépticos. Cinco años más tarde, regresé a Madrid, y ahora tenía compañeros nuevos en La Barraca, que eran más festivos que mi grupo pasado. En una "marcha" (ir de antros) llegamos a un restaurante-bar llamado La Lirio, y la mismísima Lirio, que era una canta'ora que conoció muy buenos tiempos, cantó para nosotros en una noche memorable. Creo que esa es la mejor experiencia musical de folclor español que tuve en Madrid. Además, tal vez por las nuevas tecnologías, no sentía que la brecha fuera tan grande como antes; otro signo del proceso de la Comunidad Mundial. En resumen, creo que la música siempre es el tejido conectivo, en cualquier momento, en la ruptura o la unificación, entre las naciones, los individuos, y, desde luego, entre el alma y la mente.
Carlos Pérez Peña




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