miércoles, 29 de enero de 2014

SIN TI...

Sin ti... mis mañanas serían una piscina de marasmo,
desconocería el sabor de la energía y la inspiración
y sería incapaz de escribir una sola línea cabal.

Coyoacán sería sólo un lugar multitudinario,
sin tu espuma de satisfacción resbalando en mis huesos 
que le insufle esa especie de magnífica magia. 

No habría pretexto perfecto para ver al hombre amado,
para reencontrarse con la amiga entrañable,
para alargar memorias ancestrales.

Oh, taza de café, gloria de Colombia y Veracruz
solaz del oficinista, azote de la gastritis, aroma del paraíso,
te entregamos nuestros esófagos, resacas y amor infinito.

Image courtesy of amenic181 / FreeDigitalPhotos.net

post signature

miércoles, 22 de enero de 2014

HORRORES POSTAPOCALÍPTICOS PRESENTA: The Coca-cola Issue.


  "Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan sólo encantadora o aburrida." -Oscar Wilde   

Los debates socio-políticos maniqueos de sobremesa, incluso cuando se llevan a cabo con serenidad y sentido –cosa que rara vez ocurre- generan un sentimiento desagradable en los interlocutores, que va de una ligera preocupación a la más desenfrenada psicosis paranoide… peor si conlleva alguna disyuntiva ética. Pero en el momento actual, en que todo es un torbellino de ideologías, violencia, sospechas y transiciones caóticas, creo que es en particular complicado ver las cosas con una perspectiva adecuada, o por lo menos saber qué rayos significa "adecuado" o qué es "correcto". A ese terrible sentimiento que se agolpa en la boca del estómago con ciertos temas, y a las discusiones con socialistas que no sueltan su iPhone, les dedico esta entrada, pero también planteo un conflicto engorroso concreto: para cambiar el paradigma económico actual ¿bastaría con ignorar que estamos inmersos en él y patalear en su contra? o ¿si no puedes con el "enemigo", únete a él?
          Hace pocos años, me vi envuelta en una dramática controversia sobre si es "adecuado" o no para una empresa social o cooperativa aceptar dinero de una empresa capitalista, con cuyos procedimientos, ha quedado bastante claro, no estamos de acuerdo muchas veces. El ejemplo ingenuo específico era si seríamos capaces de recibir un financiamiento cuantioso de Coca-Cola. Un par de camaradas se mostraron en una postura muy radical, levantando el dedo flamígero para indicar que si una empresa osaba aceptar dinero de Coca-Cola, entonces ellos no la aprobarían como empresa social y perdería toda credibilidad para hundirse en la negrura de la nada. Yo, mientras tanto, pensaba para mis adentros: 1.- ¿Alguien en la vida les va a preguntar, o le importará un sorbete, lo que opinan estas personas sobre la credibilidad de su empresa social?, y 2.- ¿En qué universo paralelo Coca-Cola destina recursos, y además en abundancia, a pequeñas empresas con misión social o cooperativas?

De entrada, esa discusión en particular tenía mucho de absurda, e incluso resultaba improcedente, por esas y otras razones, pero creo que el tema medular es preciso tocarlo en algún momento de la vida, a pesar de que por punto medular entiéndase una espina clavada en el trasero.   

Con mucha seguridad, expuse lo siguiente, aunque en realidad el asunto me llenó de conflictos y dudas hasta el insomnio:

En consideración a algunos preceptos del cooperativismo: cooperación y apertura, supuestamente se descarta la idea de excluir a alguien por su raza, sexo, religión o ideología política. En “ideología política” cabría suponer que si tú eres capitalista o de derecha, aún puedes participar, y que cualquiera que esté dispuesto a aportar algo es bienvenido, porque ese tipo de apertura en la cual sólo admitimos a quien nos cae bien, o no nos haga “ver mal” ya empieza a oler feo. Por otro lado no me parece que la vida sea tan fácil como para andarse con remilgos ante una buena oportunidad. Otro de mis argumentos más importantes fue que, si no estamos de acuerdo con los procedimientos de X empresa, y queremos que desaparezca de la faz de la tierra, ¿en qué le afecta que rehuyamos su ayuda? Es como lanzarle bolas de papel a un búnker. En resumen, me parece que no somos tan importantes como para suponer que con el látigo del desprecio abatiremos a Coca-Cola (a menos que todos dejemos de consumir sus productos). Por ahora, las que tienen el dinero y el poder son precisamente ESAS empresas, y si queremos formar parte de la repartición justa de los recursos, tenemos que buscar la manera de “bajarlos”. De hecho, esta idea me parece surgida de la más elemental lógica.

De ahí, como una persona que, sin ser apolítica, no comparte las ideas de ninguna postura radical, me pareció que hacer alianzas con empresas grandes no es precisamente opcional, sino FUNDAMENTAL para dar el gran paso hacia la economía social solidaria. Esto significa darse cuenta de que los “capitalistas” no son entes extraterrestres o unas máquinas sintéticas (aunque no falta el conspiracionista que opina lo contrario, pero eso lo dejamos para otra edición de HPP), también son seres humanos y tendrían que incluirse en esta teoría de inclusión –utilizo tremendo pleonasmo a propósito-, para que así un día pueda haber un cambio sustancial en nuestro destrozado mundo. De otra forma, es comer pan con lo mismo, la misma gata pero revolcada, o como gusten. Pero entonces viene el nudo en el estómago... ¿cuáles son las implicaciones?

Cuando leí sobre Mohammad Yunus, premio Nobel de la paz, que hizo un trato con Adidas para fabricar calzado accesible para los pobres en Bangladesh me confirmó en principio lo que yo pensaba. La virtud de este hombre es que sabe observar lo que la gente de verdad necesita y se compromete a hacer lo que sea necesario. Menciona también, no sé si de manera ilusa, que las empresas capitalistas pueden empezar a cambiar su manera de hacer las cosas al sentir la satisfacción de ayudar. No obstante, tengo entendido que el proyecto no funcionó, y que es muy probable que la intención de Adidas fuera promocionarse en India, donde nunca usan tenis, sino sandalias de manufactura local. 

Pero aún así.... ¿Se trata de ayudar de verdad, o sólo parecer bondadosos y alternativos? De elegir la primera, lo que digan los demás o el riesgo a fracasar no importa, siempre y cuando no se dañe a nadie (cito a Yunus cuando le decían que si se aprovechaban de él las empresas: “¡Que se aprovechen de mí todas las empresas!”). De elegir la segunda entonces impediremos hasta la ayuda más urgente con tal de no herir nuestro prestigio. Los problemas empiezan cuando confundimos principios con falso orgullo, y gritar como mono aullador con tener la razón.

  Y, en fin, siempre se nos ha dicho con sabiduría que de política y religión no hay que hablar, para evitarse altercados... pero, por otro lado, en términos de literatura dramática: sin conflicto no hay acción.

Image courtesy of bplanet / FreeDigitalPhotos.net

post signature