miércoles, 31 de octubre de 2012

EL VIANDANTE DE LA METEMPSICOSIS

Era una idea primitiva la del señor Pichardo, que provenía de su crianza en un pueblo tradicional, que eso de creer en otras religiones que no fuera la católica no era cosa buena. Tras intentar convencer a su hijo menor de no seguir con la locura del hinduismo, lo asaltaron evocaciones de su madre tras la vidriera de la Iglesia gótica, orgullo de su pueblo, rezando con fervor durante horas. Ese recuerdo le desencadenaba otros, y casi podía escucharla silbar frente al comal mientras echaba tortilla. Ah, qué buenas eran las tortillas a mano de su mamacita… Para cuando recuperaba el hilo de la conversación, a su hijo ya se le había ocurrido un pretexto para zafarse. Cómo iba a pensar en aquel entonces el señor Pichardo la ironía de la tarea cósmica que le tocaría efectuar. Fue después de que su diabetes le cobró la factura final, y falleció rodeado de sus hijos y nietos, en que, mientras avanzaba a través del caleidoscopio blanco de los tiempos y el espacio, una voz sin palabras le indicó que su tarea era la de “viandante de la metempsicosis”. Nadie le explicó, pero de pronto el señor Pichardo, que ya no era el señor Pichardo, lo entendió todo: tanto religiosos como ateos tenían la razón y cualquier cosa imaginable e inconcebible existía y no existía a la vez. Eso cavilaba cuando fue conducido a la primera prueba, la del pez. Se topó con un color rojo crepuscular que asomaba cálido a través de las aguas y sintió una enorme satisfacción recorrer sus escamas. El plancton estaba delicioso y le encantaba nadar rápidamente. Si le ocurría alguna cosa desagradable, la olvidaba en poco tiempo. Fue comido por un tiburón, y no se puede negar que fue una muerte dolorosa, pero tampoco había sido lo máximo morir con ambas piernas amputadas y rodeado de aparatos en un hospital, así que le dio a su primera experiencia de reencarnación el nivel uno, que significaba que era una vida lo suficientemente placentera para que un alma libre de karma transmigrara en ella. Su siguiente prueba fue un perro maltés del siglo XIX. Su dueña era una señora ricachona que lo trataba como bebé. Esto no le gustaba, porque él lo que quería era correr y retozar en piso, pero la señora tomaba muchísimas siestas, y en ese tiempo se podía retorcer en la alfombra y quitarse todas esas porquerías duras tan incómodas que ella llamaba diamantes. Qué enorme gozo el de esas horas, casi tanto como el de comer. La señora fue a una convención en esos días, y a una de ellas vino un hombre desconocido que cargaba una enorme caja rarísima, a la que él se refirió como kinetoscopio. Explicó que adentro corría un bucle continuo de imágenes, que podía verse a través de un cristal magnificador y bla bla bla. Su ama permitió al perro maltés asomarse a través del visor, y sobre sus ojos desorbitados corrió una secuencia de imágenes que no pudo creer. Estuvo pensando mientras roía todos los cojines y butacas del salón que había sido muy afortunado en conocer ese invento mágico. Murió de viejo, en medio de una absoluta ceguera, que en su mente compensaba volviendo a ver aquel caballo efectuando un salto a través de los fotogramas. Le otorgó sin dudar un nivel uno a su experiencia. Estuvo a punto de darles calificaciones menos halagüeñas a una bruja condenada por la Santa Inquisición, al anquilosado maestro de Universidad que hacía sufrir a sus alumnos, o al burro de carga al que se le rompió la cadera y lo siguieron forzando a andar, pero se dio cuenta de que las desgracias y el vacío eran una ínfima parte, porque la sabiduría y los placeres mundanos que disfrutó la supuesta bruja durante los cuarenta años que vivió antes de su pesadilla, lo inocente y divertido que fue en la adolescencia el profesor, y el campo en el que nació el burro se merecían el nivel uno con mucho. Incluso en su estadio como cucaracha se la pasó muy bien en su cloaca, aunque recordaba con desagrado el chasquido que alcanzó a escuchar en su momento final, cuando una señora lo aplastó con una chancleta. Estaba listo para tornarse en lo que fuera necesario para la siguiente prueba, pero entonces supo que ya había logrado pasar al siguiente plano, gracias a que entendió que la vida siempre es deleite y aprendizaje, y que de ninguna manera la aventura de existir es un castigo. Desde entonces, lo único que le corresponde hacer es gravitar en la inexistencia, que también es deliciosa, por algo le llaman Paraíso. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 5: EL PINTOR/DIRECTOR


Foto de TanteTati en Pixabay

Tocando violines con tijeras.

Como pintor y cineasta surrealista, para Cecilio las imágenes tienen una importancia cardinal: son su material de trabajo e influjo de vida. Cuando la llave de imágenes en su cerebro se cierra, se siente físicamente enfermo y más vale alejarse de él, porque se pone tan nervioso e irritable como un chihuahueño en un jardín de niños, un poco por la frustración y otro tanto por el exceso de café y tabaco. Después de su exitosa película “Besando tijeras”, prepara su nueva exposición pictórica, una especie de continuación o engendro (según se vea) de su filme, que se titulará “Tocando violines con tijeras”. Cuando anunció este título, la crítica no fue nada buena onda. Esto, haciendo honor a la verdad, se podía traducir en que escribían las mismas cosas obvias de siempre, como: “…es un nombre demasiado largo…”, “…¿qué clase de obsesión fetiche tiene Cecilio con las tijeras?...”, “…trata de revivir glorias pasadas…”, “..muero por ver con qué mafufadas nos va a salir esta vez...” y el ya clásico: “…como que suena a albur…”, pero a Cecilio esto le causaba una indignación que le corroía las entrañas y lo inducía a lanzar estentóreas imprecaciones desde el excusado mientras golpeaba  con todo su desprecio alguna revista con la punta de los dedos “¡No entienden nada! ¡Nada de nada! ¡Ya los viera preparando un trabajo artístico a estas sabandijas!”. Su hija, entretanto, lo consolaba desde la sala gritando algún mecánico “No les hagas caso, papá” o “Tú la traes, jefe”.

Pero el momento de enfocarse en el trabajo había llegado. Su número cabalístico era el trece, así que siempre hacía trece cuadros para cada colección. Se colocó en flor de loto sobre su cojín relleno de cáscara de espelta ecológica, encendió un incienso de mirra, y se dispuso a efectuar la meditación védica maharishi que tan buenos resultados le daba para crear. Cerró los ojos e inhaló y exhaló como un búfalo durante unos minutos apretando sus labios arrugados, hasta que logró aquietar su mente y llegar a un estado de alerta que le permitiera recibir las señales de sus tan preciados retablos abstrusos. Por un momento todo se arruinó porque se le entumieron los empeines y tuvo que deshacer la flor de loto. Pero regresó pronto, y se le vino a la mente un camino intergaláctico con trece estaciones. A continuación, pudo pintar ininterrumpidamente en el curso de los ocho meses que le quedaban de plazo los siguientes cuadros, que luego se colocaron en la sala simulando aquel camino de su viaje astral:

  1. Primero me encontré con un torrente que fluía en diagonal hacia arriba, y lo escalé para toparme con
  2.   la segunda estación, una asociación de libros lovecraftianos, que me patearon adentro de la estación tres:
  3.   una nave meta-estelar, donde un gnomo de extrema derecha convencía a sus pasajeros de que transitábamos en el paraíso, mientras que afuera llovían fogatas.
  4.  Decidí saltar y me encontré haciendo esquí acuático sobre vasijas, que resultaron ser los ojos de plato de los aeronautas desaparecidos, rompiéndose a mis pies.
  5.  Cuando alcancé la orilla, encontré el punto exacto en que el sol se pone un cinturón de seguridad para evitar el gancho con que Cronos juega a pescar astros.
  6.  Molesto por la interrupción, me lanzó por la orilla de regreso a la tierra, pero por suerte en esta estación del aire recordé que el peine que llevaba en el bolsillo tenía un interruptor para activar un paracaídas de quimeras,
  7. y mejor suerte tuve cuando al descender me recibieron, preciosas, las espectadoras del rayo, y me regalaron la capa de la luna
  8.   pero inmediatamente me vi inmerso en un vulgar estanque donde un abogado y un peluquero discutían comiendo ostras podridas sobre el destino del fertilizante del mundo, que ahora nos llegaba hasta la cintura
  9.   …puntos suspensivos…
  10. Desesperado, tomé el teléfono para llamar al autobús, pero una flecha artera surgió del auricular y me atravesó las entelequias dolorosamente,
  11.  pero repté hasta la camioneta del estilista que trabaja en la ferretería
  12. donde el Santo me prestó su teleférico Guadalupano
  13.  y al fin eché una moneda en el servicio del atardecer, que me escupió una lata de esperanza.
La mayoría había ido por la promesa de canapés y vino blanco gratis que una inauguración significa, pero la gente asintió con la cabeza y se frotó la barbilla lo suficiente para que Cecilio se sintiera satisfecho. No vendió ninguno de aquellos cuadros, pero el artículo en la leída revista Medidor de Arte lo colocó casi en el Olimpo, llamándolo "maestro" y "poeta visual". Su hija, con auténtico orgullo, lo arrancó y lo mandó enmarcar, “¿Ya ves, papi?”.

Todo había valido la pena. Le fascinaban su vida y su persona. Solo sintió pena por sus cuatro esposas, que no habían sabido apreciarlo, mientras su hija parloteaba algo sobre su próxima recepción doctoral.

miércoles, 17 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 3.2: LA ESCRITORA

Nora contra el estado narcoléptico, parte 2.


Antes de comenzar, reacomodó todo su escritorio, que estaba plagado de alteros de páginas sueltas, libros, notas y artículos de oficina diversos, apelotonados en un absoluto caos. Una vez que quedó tan impecable como la buhardilla de madera de la terrible Rebeca Millán, se sentó frente a la computadora y comenzó a teclear con la soltura de un niño que escribe sinsentidos jugando al oficinista. Logró hacer dos libretos y medio y la sinopsis de lo que sería su primera novela: “Constantino el coleccionista”. El título era una porquería, pero era tentativo. Ya se lo cambiaría más adelante.
Eso se decía cuando, de pronto, le asaltó un ataque de sueño que casi le hace estrellarse la frente contra el borde de la laptop. Apenas eran las nueve de la noche, lo cual le pareció extraño, pero pensó que sería producto de tanta excitación y se fue a la cama, obedeciendo a su cuerpo. Sin embargo, durante las siguientes semanas sufrió la peor crisis creativa de su vida, en la que ya no sabía si lo que estaba escribiendo valía la pena o no. Lo peor era la lucha para mantenerse despierta, por lo que comenzó a abusar de las bebidas de taurina y el café cargado. Le faltaban ocho libretos, que veía como una carretera kilométrica en el sol ardiente que debía recorrer con el 2% de su energía, con la fecha de entrega acercándose como bólido.
Siguió adelante, hasta que comenzó a cabecear y tomar demasiadas siestas a lo largo del día, por lo que pensó que tal vez sufría de algún problema de narcolepsia. Decidió que iría al médico. Se levantó del escritorio, tomó su bolso y salió a la calle. Una vez allí, se encontró en mitad de la urbanización de la familia Millán, donde el hermano de Rebeca se ligaba a alguna pandillera en una fiesta de barriada poco acorde con su verdadero nivel económico. En ese momento, se dio cuenta de que estaba soñando, y volvió a despertarse y repetir las mismas acciones, para encontrarse ahora con un mar repleto de cáscaras de naranja flotando por todas partes. Se despertó de nuevo, y le llegó un mail en el que la corrían del trabajo. Esta vez se alegró de que fuera un sueño, mientras entraba al baño de su casa y ahogaba al gato de su tía en el excusado, el cual le enterraba las garras con desesperación. Luego, experimentó aquello que su prima Lore llamaba “que se te suba el muerto”, al tener los ojos abiertos sin que su cuerpo reaccionara, mientras que lo que parecía un cuerpo pesado la empujaba con fuerza, como si quisiera tirarla de la cama. Cuando logró despertar de verdad, la diferencia fue notable. No entendía como no se dio cuenta de que lo anterior era irreal, y simplemente guardó la calma hasta que se pasaran las angustiosas escenas y sensaciones.
Cuando al fin llegó con el doctor, le explicó la sucesión circular de pesadillas, y éste simplemente la escuchó con aburrimiento, apretando los labios en una línea exacta. 
—Lo que te pasó al final se llama parálisis del sueño, y no tiene nada que ver con espíritus. Significa que tu cerebro se despertó antes que tu cuerpo, el cual sigue inmovilizado, lo cual es natural, y se pueden producir algunas alucinaciones. Es porque estás durmiendo de más. No me parece que tengas narcolepsia, suena más como una  depresión común.
Después de algunos estudios y una breve terapia, corroboró el diagnóstico. Esto sólo indicaba que, más que tomarse los muchos antidepresivos que le fueron recetados, Nora debía aprender a aceptar y amar a su única compañera. Para poder dejar esos horribles medicamentos, y curarse la gastritis y colitis, desde su corazón se reconcilió para siempre con ella, la eterna madre, amiga, maestra, diosa y amante de cualquier escritor: LA SOLEDAD. 

miércoles, 10 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 3.1: LA ESCRITORA

Foto: Alejandro Escamilla

 Nora contra el estado narcoléptico, parte 1.

“TAM CONTRA EL ESTADO DE ALTIGIA”, CAPÍTULO 57.

FADE IN:

INT. ESTUDIO DE REBECA. -TARDE

Tamara y Celia lograron escalar por la fachada del edificio, y se encuentran en el estudio de Rebeca Millán, acondicionado en la buhardilla en una de las muchas construcciones de la urbanización de sus padres. Se sorprenden al encontrar un lugar impecable, decorado con buen gusto y repleto de indicios de un alto nivel cultural. Hay un violonchelo apoyado en una esquina, y en el centro, una mesa larga puesta para varios comensales.

TAMARA
            Después de revisar la finísima colección 
            de discos de reggaetón y hip-hop de su 
            hermano, y de conocer los modales del 
            resto de la familia Millán, no me esperaba 
            algo así.

CELIA
            Independientemente de su parentela, una no 
            pensaría jamás que la mujer que vive aquí
            es Rebeca Millán.   

Ambas revisan las pertenencias de Rebeca. Celia descubre en un cajón del buró una fotografía en la que Alonso Expósito aparece feliz con el grupo de amigos de Rebeca y su hermano.

CELIA
            ¡Tam!

TAMARA
            ¿Encontraste algo?

CELIA
            Mira esto, integraron a Alonso como uno 
            de sus amigos.

TAMARA
            Y trataron de hacernos creer que…

Tamara levanta la mirada y descubre el rostro blanco de Rebeca, que lleva suelto su largo cabello castaño, observándolas tranquilamente desde el balcón. Se acerca a confrontarla. Celia la sigue.

REBECA
            ¿Están disfrutando irrumpir en mi casa?

CELIA
            ¿Por qué asesinaste a Alonso?

REBECA
            No entiendo por qué dos mujeres como ustedes
            se dedican a esta labor inútil. Desde luego 
            que lo maté porque me dieron ganas, y punto.

TAMARA
            Tiene que haber una razón de fondo.

REBECA
            Era un huérfano solitario. Si a nadie le 
            importa, no hay ningún mal en matar a 
            alguien. ¿No lo habían pensado? (las mira 
            con una sonrisa sarcástica) Desde luego que 
            no…

CELIA
            A nosotras sí nos importa.

TAMARA
            Hemos notado que no encajas muy bien con tu 
            familia. Al ver la obsesión con la violencia 
            que tiene tu hermano, puesto que también 
            acabamos de “disfrutar” irrumpir en su habitación, 
            no me asombra que haya golpeado de esa forma 
            a Alonso antes de su muerte, pero tú…

REBECA
            ¿Cómo saben tanto al respecto?

TAMARA
            No sabemos tanto, lo sabemos todo. Te diré 
            de dónde sacamos la información, si tú me 
            expones tus motivos.

REBECA
            De acuerdo. (Tras una larga pausa:) Amo 
            el sonido de las venas al romperse al encajar 
            el cuchillo en un cuello, y no hay nada más 
            hermoso que el rostro de un hombre cuando 
            agoniza. 

CELIA
            Lo cual significa que no es el primer 
            cuello que atraviesas…

REBECA
            No dije eso.

TAMARA
            Alonso se parecía mucho a tu hermano, en lo 
            físico y en el carácter. ¿No será que 
            inconscientemente quieres eliminarlo a él?

REBECA
            ¡Cállate o te dejaré irreconocible!

Rebeca se lanza contra Tamara, pero ésta la inmoviliza con facilidad.

TAMARA
            ¿Lo grabaron todo, muchachos?

La mano con el pulgar levantado de Ernesto surge a través de una ventana.

CELIA
            Por suerte, cada vez es más la gente que 
            apoya nuestro movimiento. En este instante, 
            la enorme pantalla del centro de la ciudad 
            ya transmite lo que acaba de suceder aquí.
   
El equipo se dispone a marcharse.

REBECA
            ¡Espera! Me prometiste que me dirías la 
            forma en que se enteraron de todo.

TAMARA
            Ah, sí… Jamás he sido una mujer de palabra, 
            lo siento.

CORTE A:
INT. LA OFICINA DE TAMARA Y CELIA.-NOCHE

CELIA
            Le hicimos creer a Rebeca que ya sabíamos 
            que ella perpetró el ataque final contra 
            Alonso. ¿Nos quieres decir por qué no 
            filmaste ese momento, ni la delataste?

CARLOS
            Porque no lo sabía y…

TAMARA
            Oh, quita ya la cara de idiota, Carlitos.
            El mismo motivo por el que tú apagaste 
            tu cámara, es por el que nosotras la 
            descubrimos. Te empeñaste tanto en 
            protegerla, que hiciste evidentes un par 
            de hechos: que ella había sido la 
            cuchillera, y que estás enamorado.

Carlos se siente descubierto y agacha la mirada. De repente, toma una decisión.

CARLOS
            No apagué la cámara, tengo el video en 
            el que Rebeca asesina a Alonso… ojalá me 
            hubiera asesinado a mí, porque cuando mata 
            a un hombre, significa que lo ama.

Nora bajó la tapa de su computadora, harta de Tam y su tribu, con sus aventuras justicieras de poca monta. 

Todo comenzó cuando un productor de televisión lanzó una convocatoria para encontrar nuevas ideas para una serie. Ella envió la sinopsis que se le había ocurrido en la sala de espera del dentista:

“Altigia es una ciudad de ficción donde, después de una cruda revolución, se proclama la anarquía absoluta como política oficial. Entonces, un grupo de amigos se une para parar la degradación de su sociedad, o al menos ponerla en evidencia. Viven al margen de esta comunidad, como si ellos fueran los criminales, porque la defensa del orden y la moral no son aceptadas, o por lo menos populares. Sin embargo, impelidos por un sentido de ética natural, gran parte del pueblo colabora con ellos clandestinamente”.

No sólo le compraron la idea, sino que la contrataron para realizar el libreto del programa piloto… con ciertas condiciones, que implicaban abaratar un tanto el concepto original, y convertir a Tamara Girón, la protagonista, en un personaje sarcástico y plagado de clichés, que usaba hot-pants cotidianamente y terminaba en la cama con gran parte del elenco masculino. Sin embargo, el productor tuvo toda la razón al suponer que sabía lo que le gustaba al gran público, porque la serie gozó de un enorme éxito, aunque la crítica no siempre era muy benévola, al tacharla de ser una calca de las series policíacas de Estados Unidos y de Sherlock Holmes. La villana favorita de la audiencia (y de los licenciosos ciudadanos de Altigia) era Rebeca Millán, una bella, carismática y delicada joven que aprovechaba su inofensivo aspecto para cometer toda clase de retorcidas felonías. El productor y los ejecutivos habían ordenado en la última junta que se convirtiera en el personaje antagónico fijo. Eso no le había gustado a Nora, porque Rebeca sólo debía aparecer en un par de capítulos, y aquello terminaba de dar al traste con todo el argumento que tenía preparado. Sin embargo, esta vez no se quejó de los lugares comunes, ni de la manera en que sus queridos personajes femeninos solían terminar convertidos en una caricatura hipersexualizada, porque, al igual que a los fans, le encantaba el personaje de Rebeca, pero, principalmente, porque no tener que poner tanta dedicación en la serie le dejaría algo de tiempo para escribir lo que realmente deseaba: cuentos y novelas en tono naturalista. No le generaría tantos dividendos como “Tam contra el estado de Altigia”, pero haría aquello por lo que inicialmente se convirtió en escritora.

Aunque se hastiaba a veces de inventarse tantos casos criminales, que a la larga es inevitable que se vuelvan repetitivos y poco originales, encontró nuevos bríos a partir de su nuevo proyecto para terminar también todos los libretos de la temporada, sin saber, en medio de su alegre inspiración, que el ataque del efecto caracol de sus pesadillas acechaba a la vuelta de la esquina...












miércoles, 3 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 2: EL ACTOR

Un ciclo infinito.

Foto: Amelie Bazin

Se había acostumbrado a ver a sus amigos de la infancia y adolescencia casarse, tener hijos, hacer carreras ininterrumpidas, y había acompañado a alguno a recoger su coche nuevo a la agencia, cuando él a veces tenía que reptar por todo el piso de su departamento para ver si encontraba un boleto de metro porque no tenía dinero más que para el pasaje de ida. Antes vivía con sus padres, y todo era más fácil, pero sus amigos se burlaban de él. Entonces se mudó a esa covacha, donde al principio, y aún entonces, sus padres  pagaban gran parte de su manutención. Pero ante el mundo, parecía independiente. Estaba seguro de que si de mantener un nutrido grupo de amigos y ser tomado en serio se trata, eso es lo que cuenta: parecer.

A veces, cuando iba observando en el metro los rostros que trataban a toda costa de eclipsarse en un remolino de seriedad, indiferencia y miradas perdidas, pensaba en ciertas cosas, hasta componer toda una disertación mental. Por ejemplo, le asaltaba la idea de que la gente común tiene muchos prejuicios sobre los profesionales de la escena. Creen que son drogadictos y promiscuos por antonomasia, que su inestabilidad tiene que ver con su personalidad, y que no importa cuánto éxito tengan, siempre serán infelices. Él no era un buen ejemplo para desmentir la primera teoría, pero definitivamente le gustaba la estabilidad, no se sentía desgraciado, y no había duda de que un poco de éxito no le vendría mal. Después recordaba que nunca había conocido gente tan pacheca y alcoholizada como sus amigos de la preparatoria, los cuales eran gerentes, contadores y todas esas cosas de escritorio y corbata, y que jamás vio a alguien que levantara más muchachonas en los bares que su primo Pato, un abogado al que lo espera en casa una linda esposa… a la que le es infiel cada vez que puede. En cambio, la verdad era que en su compañía teatral la mayoría tenía una pareja desde hacía muchos años, y poco sacaban las narices de sus libretos. Desde luego, no todos eran un dechado de virtudes, ni la sangre de algunos de ellos estaba libre de sustancias, pero el caso es que no eran ni mejores ni peores que el resto de sus conocidos. Creía que la sociedad ha elegido a los actores y cantantes como chivos expiatorios morales: el material que ha de ser expuesto, para que sus detractores se den un festín y luego sigan con sus golpes de pecho a gusto. Por otra parte, los propios actores no ayudan a su reputación con esa especie de descaro o sinceridad no solicitada, exhibiéndose a veces con el mismo ahínco con el que otras personas se ocultan en lo más recóndito del sótano…. y así seguía su kilométrica cinta de verborrea interior, la cual dejaba extendida desde la estación Nativitas, hasta la entrada del teatro, donde se tenía que concentrar en el ensayo. 

Estaban montando “Así que pasen cinco años” de García Lorca, y habían conseguido ese foro yéndose a ganancias de taquilla una vez más. Les tocaría un porcentaje bastante bueno, pero la realidad es que ese texto no iba a resultar un éxito comercial ni con un milagro. Todos hacían como que no les importaba, porque sólo los frívolos sueñan con eso, pero, de vuelta en el planeta tierra, Lucy no iba poder renovar su pasaporte una vez más, a Frankie le hacían falta calzones, y Renata necesitaba una visita al gastroenterólogo con urgencia creciente. 

Menos mal que a él no le faltaba nada, gracias al patrocinio de sus padres. Ese era el tema que desglosaría de regreso a  casa: la buena suerte que tenía, después de todo. Por ejemplo -se decía- no era mujer. No tendría que lidiar con que alguno le exigiera convertirse en un trapo listo para usarse en cualquier fantasía misógina y calenturienta, ni arriba ni abajo del escenario, y aun así seguiría consiguiendo el respeto de todos como el gran actor que sin lugar a dudas era. 

Efectivamente, la obra de teatro no se mantuvo más que seis semanas, con muy poco público, a pesar del enorme esfuerzo y amor que pusieron en cada detalle de los personajes, la escenografía que pintaron a mano, el vestuario, la utilería y la música. No se sintieron mal, porque las personas que los favorecieron con su presencia terminaban complacidas, y la sencilla satisfacción de lograr el montaje era suficiente por el momento. 

Además, él ya había conseguido un papel en una telenovela disfrazada de serie, sus apuros económicos se vieron menguados por un tiempo, y pudo abrir una cuenta de ahorros para empezar a convertirse en un hombre realmente autónomo, como soñaba. Las señoras le chuleaban las nalgas y le pedían autógrafos por la calle, y consiguió un premio de “actor revelación”. Ese título era un tanto inexacto, porque llevaba seis años trabajando en teatro, con papeles secundarios en cine y televisión, y haciendo incontables audiciones, pero lo recibió con la misma encantadora sonrisa que le aseguró el papel… esto, que le acababa de pasar hacía tres meses, lo recordó con gusto mientras le sacudía las pelusas al boleto de metro que encontró debajo del sofá, antes de ir al ensayo de “La cantante calva” con Lucy, Renata y Frankie, para presentarse luego en su quinta audición de la semana. Le esperaba un cansado, pero hermoso día.