sábado, 11 de julio de 2015

CASI INTANGIBLE




Si el alma fuera un cuerpo, no sería posible vivir.
Seríamos cadáveres pudriéndose en el olvido
cabezas rotas al no hallar dónde reclinarse,
un rostro sangrando disparates propios y ajenos
pechos marchitos e inflamados de pérdida,
que supuran los restos de  corazones pisoteados
por un ejército de amor no correspondido
y cenizas de pulmones secos por una ráfaga de amenaza,
rodillas y pies triturados de tanto andar hacia ninguna parte.

No seríamos más que un despojo de vida,
Un experimento aberrante sin conclusión ni sentido,
Festín de buitres y miseria.

Por eso es quizá mejor que se mantenga intangible,
resistente a toda ciencia y análisis,
pero capaz de mutar su forma;
aunque al estar enredada su sustancia entre los nervios
el dolor sea inequívoca y venturosa señal de su presencia.



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sábado, 30 de mayo de 2015

LEANDRA LEYVA EN EL BUCLE.



Imagen de HebiPics en Pixabay

Entonces, por fin regresé a la oficina, y cuando abrí la puerta descubrí que todos los recibos estaban desparramados sobre la mesa de nuevo. Estuve a punto de gritar como un simio en pie de guerra, pero el Licenciado Legorreta estaba sentado en una silla frente a mi escritorio con todo y su nariz de plomo, así que hice como que todo estaba bien.

Proseguí a sentarme y  preguntar qué lo traía a nuestro despacho a esa hora (era la hora de la comida). 

—Me dijo mi abogado—explicó—que debería demandarlos a ustedes por la cláusula 714.

—Si no mal recuerdo, se la expliqué detalladamente—había tardado unas tres horas y media en que comprendiera—y usted estuvo de acuerdo. 

—Así es.

—¿Entonces?

—Lo que dice mi abogado es que no debí. Así que sólo vine a hacerle una visita de cortesía para avisarle que se prepare para el citatorio. Con permiso. 

Salí a comer, con dos horas de atraso y las tripas pegadas a la columna vertebral, después de apilar los recibos, aunque no terminé de ordenarlos del todo, con la mala pata de que me topé con Leodegaria, que me venía a presumir su nuevo anillo de compromiso, que parecía un grano de sal de mar enorme pegado a su piel. 

—Ay, de una vez te acompaño a comer. 

Rayos. Allí se encargó de recordarme cada vez que pudo que el amor de mi vida se había casado con mi archienemiga de la preparatoria y luego me obligó a acompañarla a un evento en el centro.

Se me caen casi todos los botones de la blusa en mitad del gentío. Los coso luego, me digo, en un intento por guardar la serenidad. 

Se abren las persianas de un edificio y aparecen un par de ojos gigantes vivos, monstruosos, casi diabólicos. En las otras ventanas hay un performance con unas mujeres que parecen prostitutas en bikinis neón. Todos aplauden, resulta que eso era lo que me había llevado a ver Leodegaria. Por cierto… ¿dónde está ella? Me doy cuenta de que estoy perdida. Se me ve el brasier y un señor se lame los labios de una forma repugnante. Parece que cree que soy parte del espectáculo.  

De repente recuerdo que tenía la urgencia de entregarle la base de datos de cada gasto del año a mi cliente principal. Lo bueno era que le había encargado a Luciano que organizara los recibos por fecha. Lo malo era que no tenía idea de dónde estaba, luego el piso se mueve, los rostros se deforman, lo último que escucho es un grito agudo a un milímetro de mi oreja…

Al día siguiente desperté en un banco con un golpe en la cabeza. Hubo un terremoto y yo perdí el conocimiento hasta las doce del día. Descubrí que el pavimento se levantó en espiral, como un tornillo retorcido, y los ojos gigantes allí siguen a través de las ventanas, observándolo todo. 

¡Qué tarde! ¡La oficina! Pero primero, al doctor a checar la contusión. Me prescribe estricto reposo y un emplasto viscoso.

Entonces, por fin regresé a la oficina, y cuando abrí la puerta descubrí que todos los recibos estaban desparramados sobre la mesa de nuevo. Estuve a punto de gritar como un simio en pie de guerra, pero el Licenciado Legorreta estaba sentado en una silla frente a mi escritorio con todo y su nariz de plomo, así que hice como que todo estaba bien.



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sábado, 25 de abril de 2015

PARA ESPICHARLA EN UN ACCIDENTE, POCO ESFUERZO REQUIERE LA GENTE.

Fotografía de Ryan McGuire

Paca y Celso se hartaron de cerveza
En su añorado viaje a la naturaleza,
Pero el fuego que soñaron erótico
Resultó literal y caótico.

Oculto entre un maizal marchito
Fabián se regodea en un exitoso delito,
Mas dura poco su satisfacción
Cuando el arma en su posesión
Se dispara en su dirección

En un estrépito torpe de gozo,
Enriqueta en la fiesta pisóse el rebozo
Y como en la salsera fina que regaló
El  cristal cortado su cara engalanó.

Por eso, no te empapes de alcohol junto a la fogata,
Mira bien de qué lado está la culata
Y trata de no caer sobre los platos
o acabarás como estos insensatos.




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sábado, 18 de abril de 2015

HUBIERA PODIDO, PERO NO.


Foto de Niklaus Hunziker

Cual Caperucita Roja urbana, mi nieto me trajo los panqués que hace su madre en un recipiente de plástico para que me los llevara como refrigerio a mi recorrido a Xico para personas de la tercera edad. Después de guardarlos en mi gran bolso de mimbre, aún tibios, me puse la pamela a rayas color malva que me había regalado mi esposo Armando, y un poco de labial de un tono similar, lo único que me faltaba para estar lista. 

Este tour era perfecto para mí, pues tenía un trabajo que hacer en Xico, y el precio del viaje era menor que simplemente comprar el boleto redondo, al considerar que incluía hospedaje y comidas. Encima, me convenía para mi encargo y, por supuesto, hace tiempo que soy una señora de la tercera edad.

Me tocó sentarme en el autobús junto a una mujer que durmió durante todo el camino, incluso en los caminos abruptos, donde su cabeza se azotaba con violencia como un péndulo a la deriva. Me pareció fantástico que no se despertara con nada. No obstante, la vida nunca es tan generosa, y en los dos asientos del otro lado del pasillo se apoltronaron un par de urracas que no dejaban de parlotear sobre exactamente los temas que menos me interesan, y tirar migajas de sus galletitas en un radio amplio. Desgraciadamente, en algún punto decidieron incluirme en su conversación, a pesar de que hundí la nariz en mi revista científica y me esforcé en no hacer contacto visual bajo ninguna circunstancia. En aquel momento hablaban de la terrible sensación en el siglo XXI de no poder salir a la calle sin el miedo a que apareciera un asaltante asesino en cualquier esquina. Creo que fue mi culpa de todas formas que me abordaran, porque debieron notar que esbocé una leve sonrisa al escucharlas. 

—Ay, Dios mío, sales al supermercado y ves a estos muchachos mugrosos y horribles, con esos tatuajes que… Cristo resucitado, y no sabes si cruzarte la calle o mejor hacer como que no los viste… 

—¿Y los padres? ¿Dónde están los padres?

—Tú nos entiendes, ¿verdad, querida? Luego, luego se ve que eres una señora distinguida. El otro día a Perenganita Gámez le arrancaron la bolsa y como se resistió le encajaron…

Lo único que hice fue asentir y sonreírle, y, mientras terminó de contar con más morbo que horror su historia sangrienta, fingí que le ponía atención, mientras me decía “vaya par de cretinas”, o algo similar. 

Siguieron el resto del camino inundando el ambiente, de otro modo agradable y plácido, de sonidos agudos destemplados, y yo pensaba que podría sacar el arma que disimulé con el contenedor de los panqués y robarles hasta los calzones a todos, bajar con el botín, despacio, porque me dolía la cadera donde me pusieron el clavo, y luego provocar un lamentable accidente para no dejar testigos, parecido al primero que provocamos Armando y yo en el golpe del ’65 con una bomba casera, mismo año en que nos casamos. También podría robarles en el hotel sin que lo notaran, y cortar los frenos para su fatal regreso, o simplemente darles una buena lección a aquellas dos, que juzgaban a los demás por su aspecto. Hubiera podido, y sin mayor esfuerzo, escabecharme a todos esos abuelitos y al chofer con provecho y sin dejar huellas, cosa que consideré seriamente por varios minutos, pero no. Mi trabajo era llegar a Xico y volar en mil pedazos la casa de vacaciones de un empresario con toda su familia y colaboradores dentro, y luego integrarme al recorrido para conocer las cascadas, que dice mi hijo mayor que son muy bonitas. Me gusta apegarme al plan original.


 

 

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