miércoles, 21 de noviembre de 2012

TRES ESPOSAS, parte 1.


El Incidente Incitador.

Ariel Méndez se sentó en cualquier silla del comedor y de un soplo cayó en la cuenta de que estaba extremadamente aburrido. Su trayectoria como guionista y compositor había sido exitosa, con altas y bajas, pero La Irremediable Sentencia bastaba para darle regalías suficientes para vivir como sibarita el resto de sus días sin volver a escribir nada, y eso sin contar la cuantiosa herencia de su difunta tercera esposa. Irreflexivamente, se había hundido en su mullida situación hasta llegar a ser víctima de una falta de significado sistémica. Repasó sus últimas vomitivas tardes con bouquet a piña revenida, y extrañó como nunca a su preciosa Altea, musa de sus mejores creaciones, y la única mujer que amó  y admiró de verdad, después de su madre. Dibujó entre sus dedos su rostro afilado, pero ya no encontraba nada de ella en el aire, antes impregnado de su cuerpo, su aroma y su fuerte personalidad. Solo flotaba el polvo: ceniza de otros tiempos y de su propia existencia. 

Altea había fallecido prematuramente en un accidente de tránsito. No tenía mucho de haber protagonizado La irremediable sentencia, pero su carrera se estancaba poco a poco, y eso era insoportable para ella porque nunca amó a nadie ni a nada como a su profesión. Una ironía para Ariel, pues el amor de su vida lo trató igual que él había tratado a sus otras dos esposas, a su hijo y a todos los demás: con una altiva displicencia condescendiente. Altea murió tan aparatosamente como vivió, casi como si lo hubiera planeado… Súbitamente, una idea recorrió todo el cuerpo de Ariel, como si fuera un viejo electrodoméstico empolvado que se encendió después de años en desuso. ¡Tenía que filmar la vida de Altea! Comenzó en ese instante a escribir todo lo que recordaba de ella. Empezó por su infancia en Toluca con unos padres conservadores que reprimían su vocación… pero se quedó estancado en la tercera página. Daba igual, podía recurrir al biógrafo. Lo realmente importante y complicado era encontrar a una actriz que la interpretara.

Durante meses, Ariel revisó todas las películas y series de televisión de moda, e investigó a quienes fueran semejantes en físico y talento. No obstante, ninguna ERA Altea. Se obsesionó con encontrar a alguien capaz de convertirse en ella, más allá de la caracterización. Eligió a las que se parecían más y tenían un historial similar, pero a todas las desechó tras la audición. A esas alturas, ya estaba listo el guion de lo que sería un biopic musical de épicas proporciones, y la casa productora que financiaría el proyecto se estaba poniendo impaciente. Entonces, la encontró. Fue en un supermercado, mientras se surtía de jícamas, que Ariel vio por vez primera a Carmen en una pantalla. Su personaje era el de una secretaria sin trascendencia en un insulso programa, pero su estela refulgente atravesaba sin piedad a la actriz protagónica hasta hacerla pedazos. Después de varias entrevistas, la visitó. Esa diosa que fumaba en el balcón de un cuartucho de azotea, sabiéndose menospreciada, era la mismísima Altea en sus días de universidad, cuando sufría su anonimato con el gesto doloroso y enigmático de una madre trágica de García Lorca o una mujer incomprendida de Ibsen. Casi tuvo el impulso de llamarla Altea en un par de ocasiones. Durante la preproducción no dejaba de pensar en Carmen, ¿se estaría enamorando, o era sólo la falsa ilusión de tener a Altea de vuelta? Precisamente ese último pensamiento fue el génesis de su retorcido plan de auto-resurrección.

Aunque sus otras dos ex-esposas no habían sido tan fundamentales en su vida como Altea, reconoció muy para sus adentros que nunca se había sentido despierto e inspirado más que cuando alguna de ellas estuvo con él, y de repente las erigió como una especie de Santísima Trinidad del universo a escala de sus sueños.

Sonia, su primera mujer, era una comunicadora seria, tranquila y con una inteligencia privilegiada, que provenía de una familia tan culta, como pobre y siniestra. Ariel odiaba sentirse inferior a ella y por eso luchó con uñas y dientes por sobajarla. Lo consiguió, hasta que ella dejó de amarlo y se marchó para siempre, junto con el hijo de ambos, Moisés, a quien Ariel prefería considerar muerto. Su segundo matrimonio fue con Darina, una chica mucho más joven que él, a la que conoció en una fiesta, y con quien le fue infiel a Sonia. Provenía de un barrio bajo y era drogadicta. Supuestamente soñaba con ser modelo, pero no tenía ninguna disciplina. Ella pensaba que quería usar a Ariel para escalar en el mundillo de la moda, pero en realidad él sólo era su medio para surtirse de cocaína. Sin embargo, era una rubia despampanante que le practicaba unos excelentes felatios, por lo que Ariel le cumplió todos sus deseos huecos. Su divorcio ocurrió porque ambos eran infieles, y por simple desgaste. 

Y tal vez por demasiado alcohol, demasiada imaginación, o por el desbordamiento de su excentricidad y egolatría, Ariel eclipsó su cordura en la espiral de sus elucubraciones, y se le ocurrió que la fuente de su genio y juventud eternos sería traer de vuelta al mismo tiempo a esas tres esposas. No iba a llamar a las auténticas Sonia y Darina, que estaban viejas y colgadas, sin mencionar que lo odiaban y lo mandarían al diablo, sino que, al igual que buscó a Altea incansablemente en otra persona, buscaría a aquellas Sonia y Darina que lo hicieron feliz, y entonces realizaría su más grande montaje, el de su propio paraíso. Puso manos a la obra inmediatamente… 

CONTINUARÁ...

Leer parte 2.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

ERES, SOLAMENTE.


No eres en mi mundo, pero estás implícito en él como el alma de un cuerpo.

No me dices quién eres, pero tu boca habla incesantemente del contenido de mi vida.

No me miras, pero en tus ojos, pozos frescos con fondo de obsidiana, veo más allá de lo obvio.

No escuchas mi voz, pero me sientes, y me intuyes de tal forma, que tu imagen nace sola de la niebla que mana de la distancia y de las horas.

No respiras el viento de mi boca, y aún así, en mi nariz hay un aroma constante que es el tuyo.

Y lo sé porque eres en mí, aunque la demente que se hace llamar vida haya creado un océano de circunstancias que te hacen parecer ajeno.

Me das algo tan sublime, que me libra incluso del perro rabioso que acecha al abrirle las puertas a la idea de ti.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

LA COLEFICCIÓN, TEATRO: YERMA



Análisis de "Yerma", de Federico García Lorca


Son extrañas las formas en que obra el universo, ya que me encuentro con que el día en que decido publicar con nostalgia mi primer análisis para la inolvidable clase del profesor Fernando Martínez Monroy, resulta ser su 25 aniversario como Maestro. Que sirva como una especie de felicitación. 

Creo que fui un poco dura con la pobre Yerma, y hay cosas que sobran o que faltan, pero no quise cambiar ni corregir nada:

            La manera en que Lorca llama a su personaje principal, “Yerma“,  traduce mucho más de ella que el simple hecho de su incapacidad para tener hijos: una esterilidad absoluta del alma -por decirlo de alguna manera- que no le permite disfrutar su propia vida. Por esto, busca crear una nueva persona que supla esta pérdida de sentido de su existencia.    
           
            Su afán de tener ese hijo responde a un par de objetivos: el primero tiene que ver con su propia madre, la cual “no sintió haber dejado” cuando se casó con Juan, al cual, por cierto, no ama. De esta contundente sutileza, se infiere que prefería estar con el tipo X que le escogió su padre a continuar al lado de su madre, por la razón que fuere. Esto le ha generado la arraigada idea de ser la madre sacrificada y perfecta, quizá por el temor de repetir un esquema que le pareció inadecuado. Por otro lado, posee una delirante e imperiosa necesidad de sufrir, porque sólo algo tan fuerte como el dolor le hace sentir elevada en medio de su frustrante cotidianeidad.
           
            Juan goza enormemente de vivir el día a día y de ser la víctima de su mujer. Sin embargo, se sabe tan terriblemente débil e inseguro ante ella, que incluso manda por refuerzos, sus dos hermanas, quienes se comportan como Juan quisiera que fuera Yerma, lo cual significa que él tampoco la ama. Ellas permanecen mudas en su presencia, mientras que Yerma habla incluso mucho más que él. Las cuñadas fungen también como una especie de centinelas que cuidan “la honra“ de un matrimonio ajeno, quizá porque con sus vidas no tienen gran cosa que hacer. Juan está obsesionado con esa honra, pero no es capaz de salvaguardarla él mismo porque sabe que contra Yerma no puede.
           
            Dentro de Yerma hay una progresión de la simple decepción al desquiciamiento, que anecdóticamente comienza con su insatisfactoria vida sexual con el marido, y que culmina con el asesinato de éste. En la primera escena es evidente su actitud maternal hacia Juan, especialmente por el detalle del chantaje, pero también se hace manifiesto el hecho de que no es conciente de ello. A continuación, se enfrenta a múltiples estímulos externos: su amiga María descubre que está embarazada y va a presumírselo. Desde aquí, Yerma anuncia con bombo y platillo que terminará volviéndose lo que ella considera “mala”, lo cual es un deseo en el fondo de su corazón que aquí brota empujado por la envidia. Aún así, conserva algo de esperanza todavía. 
           
            La Vieja 1 trata de hacerle ver la verdad: la búsqueda del placer como medio para la vida plena, que conoce por su experiencia, pero Yerma escucha sólo lo que se amolda a su concepción, y, por el contrario, su odio crece y la envidia se fortalece, lo cual se pone a la vista cuando le advierte a la Muchacha 1a sobre los cerdos antropófagos y el peligro de dejar a su hijo pequeño a merced de ellos, con el claro deseo de que, en efecto, una muerte horrible le ocurra a aquel bebé. Y esto es porque su amargo rencor ha tomado -metafóricamente- la forma de esos cerdos antropófagos, devorándola por dentro, y ella tiene la extraña idea de verse a sí misma como hija suya. Así que si su hijo está muerto sin haber sido concebido, ¿Por qué tendría que estar a salvo el de la otra?
           
            Luego está la presión social, ya que se considera que una mujer que no tiene hijos no sirve para nada, y sus ganas locas de encajar le hacen creer aquello. Sin embargo, hay quien opina que no tener hijos es mejor, empezando por su esposo, pero ella hace caso omiso a estos comentarios, porque solo escucha lo que satisface su obsesión de penar y de basar su vida en lo que no tiene.
           
            A pesar de que siente atracción por Víctor, lo rechaza, porque sigue negándose al placer, (lo cual es una constante) hasta que él se va, y con él lo poco de alegría o esperanza que quedaba en Yerma.
           
            Cuando recurre al rito pagano de fertilidad con tintes obviamente manipuladores, ya no cree que ni eso la convierta en madre, y luego tiene un arranque instintivo de cariño hacia Juan, pero él la rechaza. Estos dos factores desatan el odio y la ira que tenía guardadas. Ataca a Juan, (a quien sentía culpable de su incapacidad para embarazarse) y sólo hasta que él esta muerto y es demasiado tarde, llega su anagnórisis: Juan era la persona en la que volcaba su maternidad frustrada. Ha matado al único hijo que había logrado tener en la vida. Por otro lado, Juan ha cumplido su propósito: ser el esposo mártir.
           
            Al deducir el estilo impreso por Federico García Lorca, hay pistas que desde una perspectiva superficial indican cierta supeditación al sino y a la suerte por parte de los personajes, como la creencia de que quien no ha de ser madre, no lo será porque una fuerza superior así lo dispuso, y se acabó. Esto implica que si Yerma se resiste a ello, será castigada, como, en efecto -aparentemente- sucede. Sin embargo, la línea de acción va en la dirección contraria, porque los sucesos son evidente responsabilidad de los personajes, y su línea de pensamiento tiene objetivos que se manifiestan de manera muy precisa. De hecho, tanto Yerma como Juan consiguen lo que inconcientemente deseaban, lo cual los exenta, en términos subjetivos, de ser víctimas del cosmos. Por ello se infiere que es un tratamiento realista que no permite sensación de dulzura, ni de lástima.