miércoles, 24 de abril de 2013

EL QUE DE AMARILLO SE VISTE, EN SU BELLEZA CONFÍA…


"Me visto para matar, pero con buen gusto"
Existe una situación peculiar en la vida en que algo parece perseguirnos de forma fortuita y, sin embargo, con una misteriosa lógica que, por decir lo menos, resulta increíble. Para mí, ese algo que me sigue a todos lados es el famoso concierto de Queen en Wembley, grabado en 1986. Por inverosímil que parezca, suele encenderse en alguna pantalla cada vez que me encuentro en un momento difícil, tan infalible y constantemente, que ya podría decirse que espero y sé que cuando algo turbe a mi corazón, allí estará Freddie para cantarle. 

A pesar de ese raro y hermoso fenómeno -que espero no haber arruinado al tomar plena conciencia de él, y quemarlo públicamente- confieso lo inconfesable para una fanática de hueso colorado: nunca me había tomado el tiempo de ver el concierto de principio a fin y sin interrupciones. Menos mal que eso cambió este domingo, en que desempolvé mi copia del DVD (tengo la versión publicada en 2003).

La conclusión que saqué después de casi dos horas de felicidad paroxística y cantos neurasténicos que hicieron ladrar al perro de los vecinos, fue: “esto merece, como mínimo, que me tome el trabajo de escribir una entrada,  no es que ya esté sobado el tema, ni mucho menos”.

Todo comienza con una especie de alardeo de la magnitud del evento, común en los conciertos grabados de cualquier banda, con el montaje en cámara rápida del tremendo escenario, las luces, el sofisticado equipo de sonido, muñecos inflables, pantalla y demás parafernalia, que nos prepara para el tour de force prometido en Let me entertain you, y que sin duda nos harán efectivo a continuación. Durante este prólogo, suenan los gritos de la multitud, mientras se ilustran los empujones que se propinaron para entrar al recinto, y cuando comienzan los primeros acordes de OneVision casi nos hacemos pipí ante la expectativa de un show intimidante y fenomenal. Así ocurre, excepto por lo de intimidante, porque lo curioso del asunto es que, a pesar de tanto despliegue, y todos esos armatostes colosales que amenazaban con romperle el cráneo a alguien a la menor falla, la sensación es en todo momento de una deliciosa intimidad, como si cuatro amigos queridísimos de siempre nos tocaran con toda confianza en la sala de nuestro hogar.

…O DE SINVERGÜENZA SE PASA.


No voy a continuar describiendo cada canción y movimiento, porque asumo que conocemos hasta el último pestañeo de Freddie en esa bella tardecita, y si no, de cualquier forma es mejor verlo, narrarlo no tiene chiste.

Lo que me limitaré a comentar es que, para todos aquellos que hemos sentido el llamado a colocar nuestros pies en el terreno sagrado del escenario, sea la disciplina que fuere, ver y analizar el desempeño de Freddie es muy recomendable, si no es que obligado. Como en la clase más elocuente y precisa de expresión corporal y vocal, aquí tenemos la mejor cátedra de lo que está esperando la audiencia de un intérprete. Él deja clara la diferencia entre el artista escénico que trabaja para sí mismo, y el que se pone al servicio del público (postura que él definiera en su encantador lenguaje procaz como “soy una prostituta musical”). Sabía escucharlo y adaptarse a lo que está pidiendo, lo cual tiene una importancia cardinal. Eso no impide que haya tenido las notas, letras, desplazamientos y gestos bien calculados (recuerdo, con gran temor a equivocarme, que ensayaron alrededor de un mes), pero es precisamente la suma de las dos partes: rigurosa preparación y flexibilidad ante la disposición de cada auditorio, lo que cambia el nivel de calidad de un espectáculo, no importa de qué tamaño o importancia sea.

En cuanto a May, Taylor y Deacon, creo que el excesivo brillo de Mercury a veces nos hace olvidar que cada uno de ellos tenía luz propia, cosa que no ocurre en todas las bandas, y es justo remarcarlo. Para muestra, uno de los momentos inolvidables en esa ocasión es el solo de Brighton Rock de Brian May, con la aliteración mágica del sonido, de por sí único y virtuoso, que mana de la Red Special; la presencia de John Deacon es discreta, pero imprescindible, como si fuera un cimiento; y la voz,presencia y energía de Roger Taylor me parecen mejores que los de muchos frontmen que se sienten la última Coca-Cola del desierto… sólo que estar sentado detrás de Freddie no era el mejor lugar para destacar.

En fin, para no redundar en un asunto sobre el que se han escrito un mar de loas, críticas y reseñas, hacia el final descubrimos que estamos presenciando el acto de (auto) coronación más merecido en la historia de Inglaterra, y lo único que una puede exclamar mientras hace una graciosa genuflexión cortesana es DIOS SALVE A LA REINA.



miércoles, 17 de abril de 2013

LOS VISITANTES, parte 3.

La Fiesta

Tenía varios meses sintiéndose fatal, e incluso percibió el grave deterioro progresivo en su cuerpo. No había sido falta de conciencia, sino que no le importó, e incluso le causó una amarga alegría saber que pronto terminaría esa vida que ella consideraba un fracaso. Siempre quiso ser ingeniera agrónoma, casarse y tener hijos, pero pensaba que su talento para enemistarse con los demás había ahorcado sus sueños, al igual que la enfermedad misteriosa que mató a todos sus peces, o la que la consumía a ella. Se hubiera conformado con haber alcanzado a reunir el dinero para comprar un pequeño rancho de huertos y hortalizas, pero ya no podría ser. Al menos, tenía alguien a quien dejarle esos ahorros y la casa. Lo curioso es que ya no le generaba ninguna emoción. Todos sus pensamientos estaban centrados en aquel señor japonés, con quien deseaba estar, más que nada en este mundo. A pesar de que no sabía nada de él, al mismo tiempo sentía que no necesitaba hacerlo para desear su eterna compañía.

Perla decidió permanecer en casa de Viviana con su bebé para cuidar a su amiga hasta el final. Por dentro, Perla sentía mucha ira porque pensaba que si Viviana se hubiese atendido a tiempo, estaría curada para entonces, pero luchaba por no demostrarlo.

Cuando recién regresaron del hospital, los diez peces restantes flotaban muertos en el acuario y el olor era indescriptiblemente fétido. Perla vació y limpió el recipiente con infinito asco, y luego se instaló en el estudio, pensando que la obsesión con el caballero Koi de Viviana era un síntoma de que ya estaba desconectándose del mundo. Tampoco creía que la hubiera mordido un lunático, aquella herida parecía una simple cortada.

Unas dos semanas pasaron, y Perla seguía ocultando su enojo, esta vez porque consideraba injusto que la vida le regresara a Viviana para volvérsela a quitar tan rápido. Entretanto, Viviana tenía una actitud indolente cada vez más insoportable, y aunque ninguna se atrevía a reclamarle nada a la otra, el ambiente era denso y lóbrego.

Perla se sentía exhausta, porque Viviana ya casi no podía hacer nada por sí misma, y  le llevó el bebé a su marido. Ese mismo día, cuando acababa de regresar y apenas encontraba un momento de paz, tocaron el timbre con insistencia. Detrás de la puerta, había once personas con trajes de colores, seis mujeres y cinco hombres, y entre ellos estaba… sí, no era su imaginación, un loco con ojos desorbitados y pupilas azules dilatadas que vestía un deformado traje como de rumbero. Cada uno de ellos cargaba con algún elemento para lo que al parecer sería la fiesta del siglo. Sin esperar la reacción de Perla, entraron a la casa y colocaron las deliciosas viandas, licores y vistosos adornos por todas partes en un abrir y cerrar de ojos. Cuatro de ellos se pusieron en una esquina con sus instrumentos musicales y tocaron un vals. Al escuchar la música, Viviana salió de su recámara. Perla, que en ese momento intentaba correrlos a todos, no podía dar crédito al verla. Sus mejillas estaban rosadas y bajaba las escaleras sin dificultad, cuando la había dejado hacía unos minutos casi inerte y sin poder abrir los ojos. Sintieron muchas ganas de festejar. Así lo hicieron toda la noche, mientras daban vueltas tomadas de las manos como cuando eran niñas, en una embriaguez absoluta. Después de varias horas, volvieron a tocar a la puerta. Era el caballero Koi, que indicó a todos con un suave gesto que era hora de dar por terminado el jolgorio. Los otros once obedecieron, y desaparecieron con sus cosas igual de rápido que las habían traído. El caballero se acercó a Viviana y le tendió una mano. Ella entendió que era el momento de irse con él. Acarició el rostro de Perla y la besó en la frente. Luego, ella y su caballero Koi cerraron la puerta tras de sí.

Cuando Perla despertó al día siguiente, se sentía feliz de que Viviana se hubiera marchado con aquel precioso anciano. Entendía perfectamente lo que había pasado y no le dio miedo, ni angustia abrir la puerta de la recámara para encontrarse con el cuerpo sin vida de su mejor amiga.

Perla decidió derribar la casa de Viviana, y en su lugar colocó un pequeño huerto y un jardín zen, con un estanque repleto de carpas koi.


 

miércoles, 10 de abril de 2013

LOS VISITANTES, parte 2


El Guppy Demente.


Perla ya había dejado atrás al novio de la discordia; estaba casada con otro y tenía un hijo de dos años, así que no había nada que aclarar, ni perdonar… ni lo hubo nunca.

Viviana era huérfana, y no pudo tener hijos, por lo que Perla era lo más cercano que tenía a una familia, y se sentía profundamente aliviada por tenerla una vez más en su vida. Mientras recapitulaban todo lo ocurrido durante su distanciamiento, Perla notó a través de la enorme pecera del tamaño de la pared que uno de los peces de Viviana daba vueltas en su propio eje sin cesar. Beaty, el guppy, ya tenía unos días enfermo. En la veterinaria le aseguraron a Viviana que era la calidad del agua, tal vez el PH, pero a pesar de que ella siguió el procedimiento que le indicaron, Beaty empeoró.  

Perla y Viviana observaron al animal, mientras expiraba en el fondo del acuario. Los demás peces danzaron en círculos y se acostaron cerca de él, tal como habían hecho para despedir a Pacino. Era posible que estuvieran enfermos de lo mismo.

Viviana, por supuesto, no relacionó la muerte de sus mascotas con la extraña visita del agradable señor japonés, ni con la del segundo personaje que apareció después de lanzar a Beaty al excusado. Al igual que su predecesor, este hombre nunca pronunció palabra, pero no inspiraba la misma serenidad. Sus colosales pupilas azules, tan asombradas como asombrosas, eran dos discos fijos que reflejaban, por el contrario, una locura desaforada. Viviana retrocedió tras abrirle la puerta. El sujeto era muy flaco, casi podría decirse que se moría de hambre, tenía la barbilla larga y la cabeza y el bigote afeitados. Para acabalar su apariencia psicótica, llevaba un traje de corte desigual, con olanes carnavalescos en rayas y motas en azul y rojo encendido. El loco le recordaba a alguien o algo más, pero Viviana no pudo detenerse a pensarlo, porque el tipo empezó casi de inmediato a perseguirla por toda la casa, con la clara intención de  morderla.

Por fin, la alcanzó, y le dio un señor mordisco en el brazo. Por reflejo, Viviana lo lanzó por las escaleras. Tras rodar unos diez escalones, el fulano se levantó como si nada, sonrió guasonamente, y se marchó. Después de recuperar el aliento, Viviana sintió un dolor intenso y descubrió que la herida en su brazo se veía
grave, y la sangre no paraba de fluir, por lo que acudió al médico. 

Al parecer, la sangre de Viviana no coagulaba, por lo que el doctor consideró pertinente hacerle unos análisis. Viviana se había sentido muy débil y sangraba de vez en cuando por la nariz, pero ella siempre había sido muy enfermiza y estaba acostumbrada a ignorar sus problemas físicos, segura de que a nadie le interesaba. El médico se preocupó más.

Mientras la malhumorada enfermera la asistía, Viviana se entretuvo en recordar que Beaty le había mordido la aleta a Streep en una ocasión, y se portaba tan inquieto que lo había tenido que aislar de los demás. También pensó que el traje y los enormes ojos sin parpadear del loco que la mordió se parecían al cuerpo y la mirada de Beaty, pero juzgó esas coincidencias como irreales. 

Cuando fue a recoger los resultados, le pidió a Perla que la acompañara. Viviana entró al baño casi al llegar al consultorio, y Perla le pidió al médico que le revelara el diagnóstico antes del regreso de su amiga.  Se llevó la mano al rostro al saber que Viviana moriría pronto…

miércoles, 3 de abril de 2013

LOS VISITANTES


El Caballero Koi

Los peces se arremolinaron en el fondo del acuario, justo al frente de su nueva torre de plástico estilo Mordor, después de que Pacino, la carpa koi, falleció. Viviana pensó por un momento que se lo comerían, del mismo modo en que se habían dado un festín caníbal con DeNiro, pero lo que hicieron fue recostarse alrededor de él en un círculo perfecto durante unos cuantos minutos, que a Viviana le parecieron muy largos. Pensó que no sería mala idea preguntarle al de la tienda de mascotas si no habría tirado algo de su hierba por accidente en la comida para peces, en vista de que últimamente hacían cosas así de raras.

Dos semanas más tarde, tocó a la puerta de Viviana un caballero japonés de avanzada edad, pero indiscutible belleza. Su larga cabellera blanca y sedosa enmarcaba un rostro moreno claro de facciones delicadas, lo cual, a pesar de su delgadez y tamaño regular, le proporcionaba una fuerza enigmática a su amable presencia. Vestía un traje de seda blanco, que despedía algunos destellos plateados, y sobre la cabeza llevaba una estrafalaria boina roja que le daba un toque contradictoriamente cómico. Hizo una reverencia y, sin que Viviana tuviera tiempo de preguntar nada, él ya estaba en la sala. En la espalda, su casaca tenía bordados rojos, siguiendo un patrón que ella había visto antes en algún lado. El señor abrió un pequeño cajón con sus diminutas manos repletas de anillos y extrajo un círculo plateado. Viviana no supo cómo reaccionar, aunque después pensaría en muchas posibilidades obvias, pero el caso es que se quedó pasmada y sólo lo observó. El individuo se acercó a ella y puso el círculo en sus manos, estrechándoselas después. Los ojos del sujeto relumbraban como un diamante negro junto al fuego, y su sonrisa era tan franca, a pesar de que apenas se dibujaba con sutileza, que era imposible no sonreírle de vuelta. Sus manos, gráciles y pequeñas, también eran duras, rasposas y cuajadas de cicatrices. El caballero Koi se acercó a Viviana y le dio un beso en la mejilla. Ella lo recibió con un inesperado gozo que le hizo cerrar los ojos, y se quedó tanto tiempo así, que sólo escuchó la puerta cerrarse detrás del desconocido, cuya compañía, sin embargo, hubiese deseado que se prolongara más.

Cuando Viviana por fin vio el círculo que tenía entre las manos, reconoció una de las arracadas de Perla, su gran amiga desde la infancia. Le había prestado esos pendientes en una fiesta de hacía unos años, justo en la cual se pelearon. El problema, que era muy estúpido, nunca se solucionó, y Viviana pensó de repente, por primera vez en todo ese tiempo, que no era tan difícil volver a hablarle a quien consideraba como su hermana. Bastó una llamada por teléfono para que Perla accediera a ir a su casa ese mismo viernes. Mientras tanto, Beaty, el pez guppy, tenía un comportamiento anómalo…