El Caballero Koi
Los peces se arremolinaron en el
fondo del acuario, justo al frente de su nueva torre de plástico estilo Mordor, después de que Pacino, la carpa koi, falleció. Viviana
pensó por un momento que se lo comerían, del mismo modo en que se habían dado
un festín caníbal con DeNiro, pero lo
que hicieron fue recostarse alrededor de él en un círculo perfecto durante unos
cuantos minutos, que a Viviana le parecieron muy largos. Pensó que no sería
mala idea preguntarle al de la tienda de mascotas si no habría tirado algo de
su hierba por accidente en la comida para peces, en vista de que últimamente hacían
cosas así de raras.
Dos semanas más tarde, tocó a la
puerta de Viviana un caballero japonés de avanzada edad, pero indiscutible
belleza. Su larga cabellera blanca y sedosa enmarcaba un rostro moreno claro
de facciones delicadas, lo cual, a pesar de su delgadez y tamaño regular, le proporcionaba
una fuerza enigmática a su amable presencia. Vestía un traje de
seda blanco, que despedía algunos destellos plateados, y sobre la cabeza
llevaba una estrafalaria boina roja que le daba un toque contradictoriamente
cómico. Hizo una reverencia y, sin que Viviana tuviera tiempo de preguntar
nada, él ya estaba en la sala. En la espalda, su casaca tenía bordados rojos, siguiendo un patrón que ella había visto antes en algún lado. El señor abrió
un pequeño cajón con sus diminutas manos repletas de anillos y extrajo un
círculo plateado. Viviana no supo cómo reaccionar, aunque después pensaría en muchas posibilidades obvias, pero el caso es que se quedó pasmada y sólo lo observó. El
individuo se acercó a ella y puso el círculo en sus manos, estrechándoselas
después. Los ojos del sujeto relumbraban como un diamante negro junto al fuego,
y su sonrisa era tan franca, a pesar de que apenas se dibujaba con sutileza,
que era imposible no sonreírle de vuelta. Sus manos, gráciles y pequeñas, también eran duras, rasposas y cuajadas de cicatrices. El caballero Koi se acercó a
Viviana y le dio un beso en la mejilla. Ella lo recibió con un inesperado gozo
que le hizo cerrar los ojos, y se quedó tanto tiempo así, que sólo escuchó la
puerta cerrarse detrás del desconocido, cuya compañía, sin embargo, hubiese deseado que se prolongara más.
Cuando Viviana por fin vio el
círculo que tenía entre las manos, reconoció una de las arracadas de Perla, su
gran amiga desde la infancia. Le había prestado esos pendientes en una fiesta
de hacía unos años, justo en la cual se pelearon. El problema, que era muy
estúpido, nunca se solucionó, y Viviana pensó de repente, por primera vez en
todo ese tiempo, que no era tan difícil volver a hablarle a quien consideraba
como su hermana. Bastó una llamada por teléfono para que Perla accediera a ir a
su casa ese mismo viernes. Mientras tanto, Beaty,
el pez guppy, tenía un comportamiento anómalo…
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