EL MÁGICO PLANETA DONDE EL ARTE ERA UN PARIA.
Queridos
míos, los que nos dedicamos a alguna disciplina artística enfrentamos dos
panoramas: volvernos unos huraños amargados o usar nuestras únicas armas, en este
caso, la pluma y el teclado.
No me preocupo por ofender a nadie, porque estoy
segura de que las personas a quienes va dirigido este texto no leen ni la parte
de atrás de la botella del acondicionador, mucho menos este humilde espacio que
semana a semana construyo con empeño, y porque además -no puedo subrayarlo lo suficiente- no me importa.
En estos tiempos de noticias espeluznantes, hay
seres que se preocupan y sufren. “Que pare la violencia”, comentan, “¡Es la
falta de educación en el país!”, exclaman. Pero, oh… ¿qué pasa cuando levantan
sus nalguitas aguadas de papalotear en Internet o tomarse el café? Sale a relucir
su verdadero interés: aferrarse a sus tres centavos, desde luego, pero principalmente
mantener un supuesto “status”. Eso, al menos aquí en México, no significa otra cosa
más que un constructo de conceptos mezquinos, que se limita a asirse a cualquier
resto del naufragio -como, por ejemplo, un empleo insatisfactorio,
o un matrimonio que ya se fue al caño-, conocido común y bonitamente como “pensamiento
pequeñoburgués”. Entonces, con eso en
mente, las pobrecillas víctimas de una sociedad, de la que se olvidan que forman
parte a conveniencia, le rinden pleitesía y le otorgan una autoridad inmerecida al rico (que muchas veces sólo tiene dos centavos más que ellos) para que les aviente sus migajas, humillan a quienes
no logran conseguir empleo, discriminan personas por su ideología, raza o
situación económica, se enfrascan en negocios de origen cuestionable y nos
tratan con la punta del pie a los que asumimos carencias y riesgos en nombre del arte, la
ciencia y el deporte (un campeón de ciclismo en mi ciudad natal tuvo que pedir limosna
en una plaza para poder competir en el extranjero, y no sé si lo logró).
Pero sólo puedo hablar de lo que conozco, y elegir
una vida de quehacer artístico implica prepararse y luchar con una enorme
cantidad de obstáculos y una gama de oportunidades reducida, y son profesiones, como cualquiera, que requieren toda la dedicación. Si les suena a que ya
leyeron o escucharon eso en otra parte, tienen razón, pero es evidente que el
mensaje no está llegando a puerto, y se les agradecería algo de ayuda a ustedes,
las almas que sí se alimentan de la cultura y conservan el buen juicio.
Pues bien, aunque también me interesan otras
áreas, en este momento me enfoco en escribir. Quiero
explicar, lo más breve que se pueda, en qué consiste embarcarse en tal empresa, no sólo por mí, sino por todos aquellos que decidieron este camino. Construir una carrera literaria, es, en primer
lugar, atreverse a poner ideas sobre el papel, y luego redactarlas
correctamente, lo cual conlleva mantenerse en constante capacitación para entender
estructuras, géneros, reglas de ortografía y sintaxis, etcétera. Lo que sigue
es que esas ideas sigan surgiendo, y como, para asombro de muchos, no salen de
la llave del lavabo, hay que poner la cabeza a trabajar día y noche, en la
calle y en la casa, no dejar de leer todo tipo de autores, incluso aquellos que
no llamen la atención a nivel personal, y recolectar imágenes e información.
Una vez que existe el bosquejo de una idea, es preciso desarrollarla, y, ya que
hay un primer borrador, viene el proceso engorroso de la edición. Cuando está terminado
el texto, corto o largo, hay que dejarlo reposar y dar una segunda e incluso
tercera edición, o todas las que sean necesarias. Se recomienda uno o varios “beta-lectores”:
alguien que lo lea y nos regale una opinión objetiva. Siguen los grandes retos:
publicarlo, y darse a conocer porque tendemos a ignorar autores
desconocidos. Por eso yo inicié este blog, mientras intento publicar mi primer
libro terminado, una antología de cuentos. Un blog exige disciplina y paciencia: diseñarlo y darle mantenimiento
para que luzca decente, entregar, sin excusas, una entrada semanal, y tener
presencia en redes sociales, para que las personas sepan que existe, lo cual
ocupa muchas horas, mientras los lectores caen a cuentagotas. Yo programo con
un mes de anticipación la mayoría de mis actualizaciones en redes gracias a una
plataforma en verdad útil llamada
Hootsuite, para no emplear demasiado tiempo en eso, porque mi prioridad es
una novela ambientada en el siglo XIX, y, como no nací en esa época, aunque no
sea novela histórica tengo que recopilar y leer mucho material, sin mencionar
el trabajo de estructura y redacción que tan someramente expliqué arriba, y que la estoy ilustrando también… Hay que crear una agenda de editoriales, y comunicarse con ellos por e-mail y
teléfono, enviarles el material, a veces impreso, y recibir rechazos a lo largo
de meses, así como participar en concursos, que es como jugar a la lotería, y
esperar años para ver un centavo de todo ese trabajo… con suerte. Y allí está el
problema: en este tramo del camino no hay dinero ni “status”, sólo trabajo
solitario e ingresos esporádicos.
(Aquí una descripción más jocosa, a petición de un lector)
Lo justo es que mencione que hay gente que apoya y respeta de manera admirable, incluso cuando no lo comprenden, pero son una minoría. El otro día fui a un museo a hacer algunas
fotografías de una botica antigua, delicada por su antigüedad, así que
la señora a cargo, aunque insistí que no usaría flash, se puso difícil y luego
me preguntó para qué quería las fotografías. Le contesté la verdad: “soy
escritora y me estoy documentando para mi novela”. No había terminado cuando la doña ya se estaba riendo en mi cara. Y estamos hablando de alguien que se
encarga de un MUSEO. La lista de cejas levantadas y burlas que he recibido, también
por estudiar actuación, no conoce fin. Lo mismo le ocurrió a una artista plástica
de prestigio en España cuando fue a tramitar un seguro o algo parecido, el
cual, después de la irrisión, le negaron. (Así es, mexicanos, enfrentémoslo: no monopolizamos los defectos humanos, existen en todas partes.)
Lo más doloroso en
todo esto es que gente cercana, igual que he sabido que les pasa a mis
compañeros actores, piensa que no me estoy dedicando a nada, a un grado en que recibí, de una persona que ni sabe quien soy, el sarcasmo: “Tienes mucho que hacer, ¿verdad?”, cuando tuve que abandonar una de mis actividades. También hay sugerencias alternativas, como que me salga a ligar con
desconocidos en un estado inmerso en una emergencia crítica, o que haga carrera en un supermercado. Algunos tienen buenas intenciones, y una respira profundo y se aguanta, pero la mayoría, para nada, e incluso han dañado mi reputación regando información falsa o distorsionada a un grado en que ya no me invitan ni a las bodas. En el mejor de los casos, creen que tienen una mejor idea de cómo debo promover, escribir mi trabajo y tomar mis decisiones de vida en general, pero nunca ofrecen ninguna clase de ayuda, además de sus formidables consejos que jamás solicité, y que ni ellos mismos ponen en práctica.
Y, en fin, ya vimos que la
gran estrategia para combatir la falta de educación es suponer que la gente consagrada
a la cultura no está haciendo nada (nada más no olvidemos que el termómetro de salud de un país es cómo trata al arte), así como la forma de impedir que los
jóvenes opten por el crimen es endiosar al miembro del grupo con más posesiones materiales, sin
importar de dónde las sacó, o si mostró algún mérito personal en absoluto.
Fantástico. Que la clase media siga creyendo que no colabora para nada a la putrefacción de nuestra
comunidad, y se sigan considerando víctimas y chapoteando en su santurronería acomodaticia.
Image courtesy of Paul / FreeDigitalPhotos.net
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