Yo con cara de "mátenme", en mis veinte años |
Hoy cumplo veintiséis años, y lo tomaré como pretexto para
divagar un poco sobre lo que significa saber que llegamos a un año más de vida.
UN HECHO MATEMÁTICO SIN RELEVANCIA
Todos cumplimos años, y, si lo vemos con frialdad, importa
muy poco la edad que una tenga. Simplemente es un indicador de hace cuánto
tiempo fuimos una ratilla calva, morada, gritona y viscosa que surgía de las
entrañas de mamá. En otros planetas un año es mucho más largo o mucho más
corto, por lo cual allá seríamos “más jóvenes” o “más viejos”. En conclusión, un
dato puro y duro que no determina absolutamente nada con respecto a nuestras
capacidades, personalidad y, muchas veces, ni siquiera el aspecto.
UN MOMENTO ESPERADO CON ANSIA
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Yo con cara de "ya llegó su diva", en mis cuatro años |
Cuando somos niños, esperamos el cumpleaños con emoción
porque significa regalos, fiesta, sobredosis de azúcar, la única etapa de la
vida en que puedes vestirte con un disfraz estúpido y lucir tierna, y convertirte
en el centro de atención por un día (especialmente cuando no lo eres en ningún
otro momento del año). En muchos casos, los padres se esfuerzan en hacer esa
fiesta con todos los recursos disponibles y con el tema favorito del chiquillo estampado
hasta en las servilletas. Son inolvidables los pasteles que hacían mis primas
con algún personaje de Disney dibujado en betún, mismo que también constituía
la forma de la piñata, lo cual no nos impedía romperle el trasero a palazos, y
lo impecable que organizaba mi madre ese superfabuloso momento especial que
sólo me pertenecía a mí.
UN MOMENTO EMBARAZOSO
¿Quién no ha sentido necesidad de colocarse debajo de la mesa
mientras le cantan el Feliz Cumpleaños o las Mañanitas? ¿Cuál quinceañera sigue
soñando con ponerse un vestido que parece carpa de circo una vez que se
convierte en treintañera? ¿En qué momento pensamos que es buena idea hacer un
concurso de quién se empina más tequilas en diez minutos, y seguir tomando
fotografías después de eso? Creo que en el fondo el ser humano siente un profundo
disfrute al hacer el ridículo (la prueba definitiva es que seguimos existiendo personas que deciden estudiar teatro).
ALGO ESTRESANTE E INDESEADO
A pesar de que la única verdad sobre el asunto es el punto número uno, nuestra sociedad le ha puesto una carga excesiva a la edad de las personas, sobre todo la de las mujeres. Como ya lo expresé alguna vez, si te sale una arruga, una lonja o una cana, es el acabose,
y tu valía personal se menoscaba ante los otros, por lo cual nos esforzamos en
ocultarlo, como si no fuera lo más natural e inevitable. Si tienes más de
treinta y cinco años ya no te contratan en algunas empresas, lo cual es simple
y llanamente absurdo, y si no tienes “logros” a cierta edad, eres un
perdedor o una cotorra solterona. Tengo que admitir que soy lenta como un caracol para cumplir mis
objetivos profesionales, y yo misma me dejé contaminar con ese jueguito
perverso, por estar avanzando en los 20’s tan vertiginosamente. Pero si este es nuestro ritmo, y lo damos todo cada día ¿por qué nos tendríamos que sentir mal?
CELEBRACIÓN DE VIDA
Nuestra vida es un milagro, incluso, o, más bien sobre todo,
si lo vemos desde un punto de vista científico y lógico. Las posibilidades de
que se juntaran todas las condiciones para un mundo, no sólo propicio para
habitarlo, sino placentero y hermoso como el nuestro, eran mínimas. Entonces
creo que celebrar que estamos aquí no es una locura, ni siquiera si eso implica
que tus amigos intenten asesinarte al empujar tu cara sobre el betún, o que el
tío Teofilito diga el discurso más incómodo de la historia en tus dulces
dieciséis. Pero incluso si no se tiene la posibilidad de celebrar de forma
convencional, o si estamos solos por completo, saber que lo lograste un año más
sin que te arrollara un camión debería ser gozoso. He tenido muchos cumpleaños
memorables, llenos de regalos y fiestas espectaculares hechas por mi madre o mi madrina, pero a veces lo simple también se recuerda con gusto. Recuerdo uno
en que entré al baño de la universidad tranquilamente a hacer lo que tenía que
hacer, y en uno de los cubículos me esperaban mis compañeros para sorprenderme
con una gelatina. Nada convencional ni costoso (ni higiénico), pero el amor con
que aguardaban encaramados en aquel excusado, y el que alguien se tomara el
trabajo de hacerme una gelatina, se quedará conmigo siempre, aunque ya no los vuelva
a ver. Eso es lo que cuenta. Si nos quitamos la edad, equivale a querer borrar
de nuestra vida todas nuestras experiencias, que son lo que sí nos hace ser quienes
somos.
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