Capítulo 5: El vagabundo.
—¡Pero claro!—le insistía la señora
Carlota a papá en el comedor, a la vez que se acababa todos los cacahuates. — Tú y yo
nos conocimos cuando ustedes se mudaron aquí. Sí, claro que éramos niños, y
ahora estamos viejos, pero…
La excelente memoria de Carlota Enríquez ya tenía a mi padre
hasta el gorro, pero a los historiadores les fue de mucha ayuda más
adelante. Ellos, en ese mismo momento, liderados por la brillante doctora Grecia Jiménez, trabajaban en la sala,
y nosotros no nos dábamos abasto atendiendo a la tropa de extraños que
invadieron nuestra casa.
Como les decía, la
teoría se desarrolló a partir de dos pistas: una, la que aportó la nieta del
doctor Enríquez, que implica que había una especie de conspiración entre él, la
señorita Azucena Blancarte y otros amigos de ambos, para proteger una llave, o,
más bien, lo que ésta resguardaba, y otra, que encontraron a otro lugareño cuya
madre, al contarle la típica leyenda de que en el bosque se aparecía Azucena
porque nunca encontraron su cuerpo, mencionó que los Blancarte venían de Puebla. En aquella ciudad, la investigación de la doctora Jiménez
sacó más datos de esta familia, pero el interesante fue uno sólo: que Joaquín Blancarte era un pobre diablo sin
un centavo en el bolsillo. Es más, era un borracho vagabundo, que probablemente salió huyendo de Puebla hasta llegar aquí tras haber cometido
algún crimen. Otra de las cosas que sospechan es que Azucena no era su sobrina,
sino alguna pobre niña que raptó, ya que no es posible que sus familiares le
encomendaran una hija, considerando sus antecedentes. Pero lo mejor es lo que
sigue. Cuando le realizaron el método de datación por radiocarbono a las
paredes del túnel, descubrieron que, exceptuando las cámaras, éste tenía una
antigüedad de aproximadamente doscientos años, es decir, era de la época de la
Independencia, mientras que las habitaciones sí correspondían a la
Revolución.
En cuanto a los puntos donde el pasadizo desemboca, en lo que hoy es
nuestra casa se encontraba el ayuntamiento y tesorería del poblado A, inmueble que
derribaron hace más de cien años, después de lo cual los Enríquez compraron ese
terreno. El ayuntamiento del poblado B era lo que hoy es la súper-papelería y casa de los Ayala, que permanecía en pie,
casi tal cual, desde el siglo XIX. Lo que casi con seguridad ocurrió es que
Joaquín Blancarte vagaba por el monte cuando se encontró con la primera boca
del túnel, y descubrió que podía meterse a los ayuntamientos cuando quisiera y
robar los tesoros poco a poco. A partir de allí, los poblados se acusaron mutuamente, ignorantes de esta peculiar realidad. Más tarde, Blancarte se hizo pasar por recién
llegado, como una especie de conde de Montecristo malvado, y construyó su casa en el bosque, no por el desprecio que decía tenerle
a la gente a costa de la cuál se enriqueció,
sino porque allí estaba su gran secreto: la entrada del túnel. Estuvo casado un
tiempo, hasta que su esposa falleció de neumonía, por lo cual una hipótesis es
que hizo pasar a Azucena como su sobrina para salirse con la suya de tener una amante más joven bajo
el mismo techo, y seguramente sin su
consentimiento, a juzgar por la cháchara del doctor Enríquez. Sí, señor, a mí también me suena a villano de telenovela, pero la
verdad es que tiene sentido, y de algún
lado se tuvieron que inspirar para los villanos antes de que fuera un cliché,
¿no? En fin, lo que el tipo no sabía era
que la presencia de Azucena echaría a perder su perfecto atraco.
CONTINUARÁ...
Image courtesy of Mantas Ruzveltas at FreeDigitalPhotos.net
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