Al
principio, sólo la veía en el metro cuando se dirigía a la construcción, así
que supuso que simplemente era una de esas personas que trabajan en el mismo
horario y zona, por lo que es común encontrárselos en el transporte público cada mañana; pero
llegó un punto en que le pareció curioso que ella siempre estuviera, ya fuera de pie o
sentada, justo al frente o a un lado de él, con una mirada sostenida e implacable
sobre su rostro, más bien molesta. Después comenzó a aparecer en la acera de enfrente mientras él
continuaba operando el taladro. Hacía una pausa en espera de que se marchara,
pero la mujer morena seguía allí, hojeando papeles en una carpeta, sin el menor
indicio de moverse o parpadear. ¿Por qué lo acosaba? ¿Qué pretendía? Cada vez
que pensaba en acercársele a preguntar, ella no estaba, como si adivinara sus
intenciones. Después, apareció en el transporte también cuando regresaba a casa
en la noche; si iba de compras con su esposa y sus hijos, resultaba que ella
acudía al mismo supermercado; caminaba enfrente de su casa, a veces sólo por
instantes tan pequeños, que él pensaba que se la había imaginado. Pero no era
así, ella persistía en estar por todos lados, sin que fuera posible abordarla, ni esconderse
de ella.
Lo primero que consideró fue llamar
a la policía para denunciar el acoso, pero antes les contó lo que estaba pasando a su esposa y a sus
amigos. El día en que habló con los últimos durante el almuerzo, la dama apareció en
la esquina siguiente.
—Miren, ¡allí está!
Pero los amigos no podían verla. Su segunda teoría fue que tal vez necesitaba ir al psiquiatra, o bien, lo
seguía un espíritu.
Decidió observarla. Si era inmaterial,
en algún momento un detalle en su cara, su cabello o la ropa se disolvería,
y la delataría como tal. Es difícil imaginar algo con esa asombrosa precisión,
y, sin embargo, se podía ver el fondo de sus pupilas negras, cada botón en su
overol de pana, la piel estropeada de sus botas, los labios despellejados, y su creciente incomodidad mientras él la revisaba de arriba a abajo. Si
era un fantasma, ¿qué indicaba su presencia? Por más que la interrogaba en
silencio con un gesto, ella fingía que no lo había visto, cruzaba los brazos y se ponía más nerviosa.
Si intentaba hablarle, ella se levantaba y se iba. Continuó con la idea de analizarla objetivamente, en la espera de que al ser
cada vez más consciente de ella, la haría desaparecer. Por fin, vio el lunar
en su muñeca, una mancha de nacimiento en forma de media luna. Entendió por qué
esa extraña familiaridad que, después de todo, le inspiraba. De la cabeza a los
pies, era idéntica a él, incluidas cicatrices y remolinos en el cabello: una
versión femenina exacta de su persona. Lo veía fijamente cuando él se asombraba
ante ella, y parpadeaba en el preciso instante en que él lo hacía. En cuanto
notó todo esto, por fin fue capaz de seguirla sin que se esfumara, y no le
importó si implicaba llegar tarde al trabajo. Eso no pasaría, porque ella
caminó directo a la construcción, y entró en el camper del
ingeniero. Lo saludó, dejó su portafolio en una silla, y se inclinó para revisar los planos. Obviamente trabajaba allí, pero la que estaba explicando a su lado era otra versión del ingeniero, una sin ese estúpido corte mohicano que se puso para complacer a su novia, más joven que él.
—Creo que me estoy asomando a una realidad alterna en la que soy mujer...
A partir de esa conjetura, nunca la volvió a ver.
Image courtesy of sattva / FreeDigitalPhotos.net
No hay comentarios.:
Publicar un comentario