LOS ESCOMBROS.
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Image courtesy of Danilo Rizzuti at FreeDigitalPhotos.net |
David y Clarisa subieron incrédulos
a lo que ahora era una azotea chamuscada, y se lamentaron por las obras de arte
y juguetes amados de su infancia que aún estaban en sus cajas dentro del ático.
Tenían que localizar a Enri, para conocer más sobre éste fenómeno, pero él
había dejado a propósito su intercomunicador en el bar Prisma.
Beatriz decidió pedir prestados
los diamantes que necesitaba a su tío Pedro, que la mandó al demonio, por lo
cual recurrió a Jesús. Él, preocupado por la integridad de Kiki, le prestó los
cuatrocientos diamantes en efectivo.
Las ceremonias siguieron, a
trancones y sin el debido júbilo, repletas de borracheras sin sentido y
epidemias de diarrea, hasta que llegaron al dodecaedro diez. Allí, hay un
bosque lleno de árboles prósperos, que alberga a varias familias en situación
de miseria. Esto se debe a que no se comen la mayoría de los frutos, porque
están demasiado altos, y no cesan las quejas porque el gobierno no les ayuda a
construir escaleras adecuadas. Hilda, que gustaba de las labores filantrópicas,
organizó una brigada para recoger frutos desde la casa, y luego llevárselos a
las familias. Cuando terminaron su tarea, Nicole organizó la comida, y durante
la sobremesa Jesús ensalzó la iniciativa de Hilda, lo que le granjeó un fuerte
aplauso. Lilí no soportó tal distinción, por lo que levantó su copa en el
brindis para revelar que su padre había devuelto a Hilda a su casa porque se
acostaba con ella. Nadie supo qué decir, ni los afectados pudieron o quisieron
negarlo, y cada cual se recluyó en sus aposentos. Hilda decidió que en cuanto
llegaran al dodecaedro seis, ella regresaría a donde vivía con su madre. Esa
noche, Sandra y Beatriz escucharon el mismo crujido de la noche anterior, justo
a tiempo para bajar al sexto piso y salvarse de una muerte segura. Esa recámara
también se convirtió en nada, junto con las pertenencias de las hermanas,
incluido el cuantioso préstamo de cuatrocientos diamantes.
La siguiente ceremonia se
canceló, y, en el dodecaedro seis Hilda se despidió de Jesús. Para él, después
de eso, la relación con su hija quedó fracturada, y en un arranque decidió
quedarse allí también. Thelma, por su parte, tuvo un colapso nervioso cuando conoció
una leve noción del antiguo negocio de Sandra, a pesar de que
le ocultaron lo grave.
Clarisa y David tomaron una
difícil decisión: postergar el resto de la boda a un mejor momento. Nicole
comprendió y, junto con los demás amigos de la pareja, tomó el hipercubo de regreso.
Tuvieron la precaución de
desocupar los pisos cinco y seis. El piso cuatro quedó amontonado de muebles y
valijas, pero aun así no pudieron rescatarlo todo, cuando, uno tras otro, se
hicieron pedazos en medio de peores estruendos. Por primera vez, Clarisa y
David se pusieron firmes, y exigieron que se obedecieran las indicaciones de
Enri, antes de que la casa que todavía no terminaban de pagar se esfumara. Pareció
que no habían dicho nada.
Pedro se sentía dizque afiebrado y
no cesaba de pedirle a Thelma trapos fríos que debía traer uno por uno de la
cocina al tercer piso, a pesar de que a la mujer todavía le temblaban las manos. David por fin se atrevió a señalarle a
su suegro lo injusto que era con Thelma. Desde luego, Pedro no aceptó que se
tratara de un atropello de su parte, sino de un convenio, y trató de invertir
la situación, al declarar que era preferible eso a darle todo a un hermano sin
condiciones y convertirlo en un "tunante", haciendo obvia alusión a Enri, y el
antiguo apoyo que recibía de David.
Ya ardiendo en furia, éste último
estaba a punto de defender a su hermano, y la libertad que tenía de no hacer el
mínimo intento por agradarle, pero Thelma se adelantó. También aprovechó para
recordarle a Pedro que ellos habían pasado su infancia en el D-diez, y cómo él
se convirtió en empresario a fuerza de estafar incautos. David les ordenó a sus
hijos que desengancharan el bar y regresaran a casa en ese preciso momento,
pero ellos ya se habían involucrado en el conflicto, que se convirtió en reyerta
cuando Lorena se unió a la moción general de vapulear a su exmarido. Como
resultado, por primera vez en su vida, el sueño dorado de Pedro se hizo
realidad, y le dio un infarto. Lo malo es que había fingido tantos,
que batalló para que le creyeran y apenas llegó a tiempo al hospital en el D-36, una estrella donde fincaron sus palacios algunos aristócratas que no se
habían enterado de que sus títulos de nobleza estaban caducos. Luis y Lilí se
quedaron con él.
Llegó el momento para Beatriz de
reunirse con la tal Miriam en el treinta y seis, y una vez más no tenía cómo
conseguir el dinero. Estaba decidida a volver a trabajar para ella, pero
Clarisa y David se compadecieron y vendieron la mayoría de sus muebles en un
bazar del río de empresarios en el D-1, para juntar apenas la cantidad exacta.
Apenadas, Thelma y sus hijas juraron devolverles todo, pero en el fondo la pareja
sabía que su situación económica difícilmente se los permitiría.
En duelo por la fallida fundación
de su hogar, y con los gruñidos de inconformidad de Lorena como música de
fondo, se quedaron a dormir en el departamento del bar Prisma. Cuando despertaron,
la casa de malaquita ya no existía. Sólo quedaban unos cuantos promontorios
cenizos flotando en los cimientos, que apenas tenían algún destello de su vieja
claridad.
Clarisa y David se reunieron por
última vez en la base donde fincarían su morada, que ahora era sólo añicos desperdigados por el universo. Tras un largo abrazo, ambos se perdieron
en opuestos horizontes.
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