Un ciclo infinito.
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Foto: Amelie Bazin |
Se había acostumbrado a ver a sus amigos de la infancia y adolescencia
casarse, tener hijos, hacer carreras ininterrumpidas, y había acompañado a
alguno a recoger su coche nuevo a la agencia, cuando él a veces tenía que
reptar por todo el piso de su departamento para ver si encontraba un boleto de
metro porque no tenía dinero más que para el pasaje de ida. Antes vivía con sus
padres, y todo era más fácil, pero sus amigos se burlaban de él. Entonces se
mudó a esa covacha, donde al principio, y aún entonces, sus padres pagaban gran parte de su manutención. Pero
ante el mundo, parecía independiente. Estaba seguro de que si de mantener un nutrido grupo
de amigos y ser tomado en serio se trata, eso es lo que cuenta: parecer.
A veces, cuando iba observando en el metro los rostros que trataban a
toda costa de eclipsarse en un remolino de seriedad, indiferencia y miradas
perdidas, pensaba en ciertas cosas, hasta componer toda una disertación mental.
Por ejemplo, le asaltaba la idea de que la gente común tiene muchos prejuicios
sobre los profesionales de la escena. Creen que son drogadictos y promiscuos
por antonomasia, que su inestabilidad tiene que ver con su personalidad, y que
no importa cuánto éxito tengan, siempre serán infelices. Él no era un buen
ejemplo para desmentir la primera teoría, pero definitivamente le gustaba la
estabilidad, no se sentía desgraciado, y no había duda de que un poco de éxito
no le vendría mal. Después recordaba que nunca había conocido gente tan pacheca y alcoholizada como sus amigos
de la preparatoria, los cuales eran gerentes, contadores y todas esas cosas de
escritorio y corbata, y que jamás vio a alguien que levantara más muchachonas
en los bares que su primo Pato, un abogado al que lo espera en casa una linda
esposa… a la que le es infiel cada vez que puede. En cambio, la verdad era que
en su compañía teatral la mayoría tenía una pareja desde hacía muchos años, y
poco sacaban las narices de sus libretos. Desde luego, no todos eran un dechado
de virtudes, ni la sangre de algunos de ellos estaba libre de sustancias, pero el
caso es que no eran ni mejores ni peores que el resto de sus conocidos. Creía
que la sociedad ha elegido a los actores y cantantes como chivos expiatorios
morales: el material que ha de ser expuesto, para que sus detractores se den un festín y luego sigan con sus golpes de pecho a gusto. Por otra parte, los propios actores no ayudan a
su reputación con esa especie de descaro o sinceridad no solicitada, exhibiéndose
a veces con el mismo ahínco con el que otras personas se ocultan en
lo más recóndito del sótano…. y así seguía su kilométrica cinta de verborrea
interior, la cual dejaba extendida desde la estación Nativitas, hasta la
entrada del teatro, donde se tenía que concentrar en el ensayo.
Estaban montando “Así que pasen cinco años” de García Lorca, y habían
conseguido ese foro yéndose a ganancias de taquilla una vez más. Les tocaría un porcentaje
bastante bueno, pero la realidad es que ese texto no iba a resultar un éxito
comercial ni con un milagro. Todos hacían como que no les importaba, porque
sólo los frívolos sueñan con eso, pero, de vuelta en el planeta tierra, Lucy no
iba poder renovar su pasaporte una vez más, a Frankie le hacían falta calzones,
y Renata necesitaba una visita al gastroenterólogo con urgencia creciente.
Menos mal que
a él no le faltaba nada, gracias al patrocinio de sus padres. Ese era el tema
que desglosaría de regreso a casa: la buena
suerte que tenía, después de todo. Por
ejemplo -se decía- no era mujer. No tendría que lidiar con que alguno le exigiera convertirse en un
trapo listo para usarse en cualquier fantasía misógina y calenturienta, ni
arriba ni abajo del escenario, y aun así seguiría consiguiendo el respeto de
todos como el gran actor que sin lugar a dudas era.
Efectivamente,
la obra de teatro no se mantuvo más que seis semanas, con muy poco público, a
pesar del enorme esfuerzo y amor que pusieron en cada detalle de los
personajes, la escenografía que pintaron a mano, el vestuario, la utilería y la
música. No se sintieron mal, porque las personas que los favorecieron con
su presencia terminaban complacidas, y la sencilla satisfacción de lograr
el montaje era suficiente por el momento.
Además, él ya
había conseguido un papel en una telenovela disfrazada de serie, sus apuros
económicos se vieron menguados por un tiempo, y pudo abrir una cuenta de ahorros para empezar a convertirse en un hombre realmente autónomo, como soñaba. Las señoras le chuleaban las
nalgas y le pedían autógrafos por la calle, y consiguió un premio de “actor revelación”. Ese título era un tanto inexacto, porque llevaba seis años trabajando en teatro, con papeles secundarios en cine y televisión, y
haciendo incontables audiciones, pero lo recibió con la misma encantadora
sonrisa que le aseguró el papel… esto, que le acababa de pasar hacía tres
meses, lo recordó con gusto mientras le sacudía las pelusas al boleto de metro
que encontró debajo del sofá, antes de ir al ensayo de “La cantante calva” con
Lucy, Renata y Frankie, para presentarse luego en su quinta audición de la semana.
Le esperaba un cansado, pero hermoso día.
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